Siete meses. Siete meses desde que llegué a la universidad, y todo ha sido una tormenta desde entonces. A veces me pregunto cómo es que sigo de pie, cómo es que aún puedo fingir que todo está bien cuando sé que el mundo que construí en mi mente se está desmoronando. El único consuelo, si se le puede llamar así, es mi auto. Mi madre me lo regaló antes de venirme aquí, como una forma de darme algo que me conectara con ella, con mi hogar. Me encanta ese coche, me siento libre cuando manejo, como si el ruido del motor pudiera silenciar todo lo demás.
Pero hoy... hoy ese ruido no es suficiente.
Miro el teléfono en el asiento del copiloto mientras conduzco de regreso al campus después de ese desastroso fin de semana en la ciudad. El nombre de Cameron brilla en la pantalla, y no sé si contestar. Han pasado semanas sin hablar, semanas llenas de resentimiento, de silencios. ¿Por qué ahora? Aprieto los dientes, mis manos temblorosas agarran el volante, y antes de pensarlo dos veces, contesto.
—¿Qué quieres, Cameron? —digo sin saludar, mi voz cargada de una mezcla de ansiedad y rabia.
El silencio al otro lado dura demasiado. Oigo su respiración, tensa, pero su silencio es peor que cualquier grito. Sé que está ahí, que me está escuchando, pero no dice nada. Estoy a punto de colgar cuando finalmente habla.
—Necesito hablar contigo.
Su tono es frío, casi distante, como si no fuéramos las mismas personas que compartieron tantos momentos, tantas emociones. Como si todo lo que vivimos fuera... nada.
—¿Hablar? —suelto una risa seca—. ¿Ahora quieres hablar? Porque parecías bastante feliz ignorándome todo este tiempo.
—Tú fuiste la que lo arruinó, Tarah. —Su voz se tensa, como si estuviera conteniendo algo—. Tú fuiste quien empezó con esa apuesta.
El golpe en el pecho que siento es tan fuerte que casi suelto el volante. ¿Otra vez con esto? Pensé que habíamos pasado de ese tema, que no volveríamos a sacarlo, pero aquí estamos, nuevamente escarbando en las heridas que no han sanado.
—¡No me culpes a mí, Cameron! —grito, mi voz quebrada por la ira—. ¡Tú hiciste lo mismo! ¿Qué te hace mejor que yo?
El tráfico frente a mí sigue avanzando, pero apenas lo noto. La conversación se ha apoderado de mí, nublando mi vista y mis pensamientos. Lo único que puedo ver es la sombra de Cameron, su cara seria, distante, como si estuviera frente a mí.
—Lo que me hace mejor —responde lentamente— es que no fingí ser otra persona. Tú jugaste conmigo desde el principio, Tarah.
Esas palabras me golpean como una bofetada, y mi respiración se vuelve errática. Apretando el volante con más fuerza, trato de mantener el control del auto y de mí misma, pero todo se está desmoronando.
—¿Crees que todo fue un juego para mí? —escupo las palabras, apenas conteniendo las lágrimas que se acumulan en mis ojos—. ¿Crees que nunca sentí nada?
Silencio. Un silencio tan espeso que duele, y lo único que quiero es que hable, que diga algo, cualquier cosa.
—Sí, lo creo —dice finalmente, y su voz es tan fría que siento que me congelo por dentro—. Y desearía nunca haberte conocido.
El golpe emocional es inmediato. Las lágrimas que trataba de contener caen por mis mejillas, nublando mi vista aún más. Mi cuerpo se tensa, mis manos están blancas de tanto apretar el volante, y por un segundo, todo a mi alrededor desaparece. El tráfico, los sonidos de la calle, todo se desvanece en la nada. Solo quedan sus palabras, repetidas una y otra vez en mi cabeza: "Desearía nunca haberte conocido."
—Cameron... —susurro, intentando encontrar las palabras, pero mi voz se quiebra.
Miro al frente justo a tiempo para ver las luces de freno del auto que está frente a mí. Mis manos se mueven automáticamente para girar el volante, pero es demasiado tarde. Todo sucede en un segundo: el impacto, el sonido ensordecedor de metal contra metal, y el grito que escapa de mi garganta antes de que todo se vuelva negro.
Cuando abro los ojos, no sé dónde estoy. Todo es brillante, demasiado brillante, y me cuesta respirar. Siento el peso de mi cuerpo, pero no puedo moverme. Todo está inmóvil, como si yo no existiera, como si estuviera atrapada en algún lugar entre el sueño y la realidad. Las voces a mi alrededor suenan distantes, como si vinieran de muy lejos.
Intento hablar, pero mi boca no responde. Quiero mover mis manos, pero no puedo. Estoy atrapada. Entonces escucho una palabra que atraviesa la bruma en mi mente: "Coma".
¿Coma? ¿Estoy en coma?
Quiero gritar, quiero decirles que estoy aquí, que puedo escuchar, pero no sale nada. Todo lo que queda es el eco de lo no dicho, el silencio absoluto que ahora me envuelve por completo.
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La apuesta de los 100 días (Sin Editar)
Romance¿Qué pasaría si tus amigas y tú hicieran una apuesta para humillar a uno de los playboys de la preparatoria? Pues eso hice yo junto a mis amigas. Debo enamorarlo en cien días, pero yo no debo enamorarme. se rumorea que él es peligroso y a mi me gust...