18
Julio, 1981
El espacio personal siempre había sido algo crucial en la vida de Lily. Siempre fue reservada y mantuvo su línea sumamente marcada. Establece de forma clara sus límites sociales. Sin embargo, desde que Martín había llegado a colarse en su mundo, se había encontrado en momentos donde su espacio personal dejaba de existir.
Y en ese instante, su espacio personal había dejado de existir en grandes cantidades. Lily subió de medio lado a la tablilla de madera que Martín llevaba detrás de la bicicleta. Sus manos se colocaron a un costado de la cintura de él y se sujetó del cárdigan tejido color beige con puntillos negros que llevaba el chico.
—Venga, Lilian, agárrate bien que no muerdo.
Lily escuchó una carcajada de parte de Martín luego de decir eso. Dejó de sujetar el suéter y puso sus manos para tomar la cintura, pero las manos de él tomaron las suyas y la obligó a que sus brazos pasaran alrededor de su cintura a manera de que ahora le abarcara por completo.
—Me refiero a esto — dijo.
Su rostro quedó pegado a la espalda baja de él. Era una cercanía íntima. Que nunca antes había tenido con nadie, mucho menos con un hombre con el que no se llevaba tan bien. Estar en esa posición le hacía sentir extraña. Más de lo que deseaba. Podía sentir en su mejilla el calor de él.
—Lista o no, allá voy.
Lo escuchó avisar y antes de poder darse cuenta, Martín había avanzado. Un chillido escapó de su boca y sus brazos sujetaron con mayor fuerza la cintura de él.
—Eres un... un... loco tonto— gritó, contra la espalda de él.
Y seguido, pudo sentir la vibración de su voz, sin poder saber qué había dicho.
—¡Nicolás! ¡¿Te sigo?!
La voz de Joyce se escuchó cuando se puso a unos tres metros de distancia en la calle. Su vista estaba sobre Fleur quien parecía ir muy cómoda, sujetada de su amiga.
✿
Quien pudiera ser ella para no sentir el corazón en la boca luego de recordar lo imprudente que él podía ser.
—Sí, tú sígueme.
Martín comenzó a bicicletar tan pronto como Joyce aceptó seguirlo. El viento empezó a abrazarla y sus ojos se cerraron cuando los nervios se instalaron en la boca de su estómago. Cuando los nervios le latieron en la punta de los dedos y le formaron adormecimientos en todas las extremidades del cuerpo.
De forma inconsciente, había terminado buscando como pegarse más. Sentía las vibraciones de los ligeros baches de la calle golpear sus cuerpos. Y sobre todo, el aroma tan suave que Martín emanaba. No era masculino, al contrario, era suave y limpio. Como si se pudieran oler permanente el detergente de cerezos.
Sí, Martín tenía el aroma a primavera.
Inhaló profundo para poderlo sentir. Era tan suave y limpio que le daba la sensación de tranquilidad. Era como si todo caos pudiera desaparecer solo por un olor que alguien tenía y cuando sus comisuras estuvieron por elevarse y dejar ver una sonrisa, Martín paso por un bache haciéndolos saltar a ambos.
—¡Mierda!
Escuchó a Martín.
El corazón de Lily subió tan rápido como bajo. Su estómago se encogió y sus ojos se cerraron para esperar y sentir el golpe seco, pero al contrario, sintió una mano grande aferrarse en su espalda con fuerza. La estaba sujetando.
ESTÁS LEYENDO
Calcomanie (Décalcomanie 1)
Romance¿Me creerías si te dijera que el hilo rojo no es lo único que destina a dos personas? En una localidad al sur de Francia. En la década de los ochenta, vive Lily Diallo una joven con el sueño frustrado de ser escritora. Todos los meses compra un nuev...