LILY, AMARILLO DE NOVIEMBRE

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LILY, AMARILLO DE NOVIEMBRE

Lily no recordaba cuando fue la primera vez que sintió la sensación de placer y paz al ver a Martín pintar, pero sí que conocía muy bien lo que él parecía transmitirle cuando lo miraba, tenía presente como le entretenía verlo sin camisa y con pintura encima y los pantalones de vestir con manchas.

Se había quedado viéndole que no notó cuando el pincel de él dejo de trazar sobre el lienzo que tenía al frente de él y se detuvo sabiendo que había alguien más presente en ese estudio.

—¿Vienes a que mis pinturas te conozcan? — le escuchó.

—¿Crees que me quieran conocer?

Hasta entonces Martín se volteó para verla y asintió sin decir nada. Luego, palmeó su pierna para indicarle a ella que llegase a sentarse con él. Lily avanzó con cuidado, esquivando el lienzo que estaba detrás de él.

—Lamento mi desorden — lo escuchó.

—Cada quien tiene su estudio como mejor le sienta — recordó para él.

Lily negó restando importancia a eso y tomando asiento en la pierna de él, le dejó un beso sobre sus labios cuando se vieron y seguido, aceptó el pincel que él le daba.

—No sé pintar — confesó.

—Por eso, yo te guiaré.

—¿Lo harás?

—Por supuesto.

Lily mordió sus labios cuando Martín le tomo de la mano que tenía el pincel y la comenzó a ayudar a trazar algunas partes del paisaje que estaba haciendo ese atardecer. El color era amarillo, pero estaba pintando alunas líneas que simulaban lo que era el pasto.

Siguió trazando de esa forma algunas líneas más, hasta que ambos se alejaron del cuadro para ver como iba tomando forma con el paso de agregar cosas tan pequeñas —que muchas veces parecían insignificantes — pero que daban sentido alguno. Ella nunca había entendido como él usaba ciertos colores para algunas cosas que se pensaban que eran de otro color. Como por ejemplo, las montañas no siempre las pintaba verde, sino algunas veces las hizo moradas.

—Viste, si sabes pintar — le dijo él.

Ella lo volteó a ver, era obvio que no lo sabía hacer, pero la forma en que él le sonrió, hizo que ella al instante, Lily siguió su instinto. Pasó el pincel por el rostro de Martín, dejando una línea amarilla sobre su mejilla, soltando una risa seguida de eso. Dejó escapar un chillido de sorpresa cuando él levantó un pincel más grande y le pinto el pelo y parte de su rostro con el mismo color.

—Oh, no, eso sí que no.

Lily se puso de pie, dando un paso hacia atrás y arrebatando el pincel a Martín para pasarlo por el dorso desnudo de él. Lo vio levantarse y tomar otro pincel más grande con pintura y seguirla por todo el estudio para poderla manchar.

En poco tiempo, Martín la tuvo debajo de él, con la ropa llena de pintura y contra el suelo, sobre el lienzo que tenía tirado. Sus respiraciones eran veloces, por instinto, ambos se vieron los labios y sin esperarlo se lanzaron a besarse.

El cuerpo de ambos tembló con brusquedad cuando sus manos recorrieron al opuesto para deshacerse de las prendas de ropa. Todo sobraba en esos momentos. Cuando el cuerpo de Lily estuvo desnudo, Martín se puso de pie y fue a buscar botes de pintura.

—¿Qué haces? — jadeó ella.

—¿Yo? Buscar pintura.

—¿Para qué?

—Para pintarte el cuerpo.

Lily se erizó cuando vio a Martín sumergir dos dedos en el color rojo y luego pasarlo por su muslo, seguido por su abdomen hasta que dejo dos manchas en cada pezón. No tenía palabras para poder describir la sensación que había causado verlo, pero su cuerpo reacciono a los toques.

Se quiso encoger, pero el cuerpo de él entre sus piernas no se lo permitió.

—Te aseguro que habrá un cuadro que el mundo nunca verá — comenzó. —Y será el de tú y yo pintando con el cuerpo.

Quiso preguntar a qué se refería, pero la boca de Martín le detuvo todas las palabras que iban a salir para comérselas él a gemidos que provoco sobre ella. Los besos fueron corriendo por su piel, y luego, hasta que sintió como él se hundió dentro de ella.

Sus cuerpos se movieron al ritmo que mejor les parecía. Hasta momentos más tarde, Lily notaria que sus cuerpos estaban cubiertos de fluidos y que, debajo de ellos, se encontraba un lienzo que mostraba pintado el amor que ellos habían hecho ese día bajo el techo de Martín.

Un cuadro que, años más tarde, solo sería el recuerdo de lo mucho que ambos disfrutaron de tenerse a sí mismos. Sin miedos, ni limitaciones, solo ellos.

De algo que fue grande y que florecería en su momento.

        De algo que fue grande y que florecería en su momento

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