NATHAN, UN CAPRICHO QUE SACIAR

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NATHAN, UN CAPRICHO QUE SACIAR

Su mirada estaba fija en su madre, la miraba hablar por teléfono, tan ensimismada en cada chisme que el pueblo tenía para ella. Llevó otro bocado a su boca y masticó con brusquedad, sin separar la vista de donde la tenía.

—Cuelga ya, madre, mi visita no es de todos los días — dijo, al terminar de tragar su bocado de comida.

Su madre se volteó para darle una mirada de advertencia. Su hijo podía ya estar en la universidad y ser todo un adulto, pero al final del día, seguía siendo su hijo. Él levantó ambas manos en señal de rendición y espero dos cuartos de hora más para que su madre colgara la llamada.

—Ay, no, la señora Colin no dejaba de hablar — se excusó llegando a la mesa.

—Entonces ya no le contestes las llamadas — resolvió.

—Ni que lo pienses, de no hacerlo a los minutos la tengo tocando la puerta.

Nathan volteó los ojos, no entendía nada de las relaciones sociales entre señoras. Aunque, en realidad, ese día él se había quedado a cenar por mero favor que necesitaba pedirle a su madre. Carraspeó, removiéndose incómodo, y lanzó una mirada a su madre, buscando la forma de que fuera ella quien preguntara.

Su madre le dio una mirada cautelosa y luego se levantó de donde estaba sentada para ir a la cocina y coger un durazno. Le dio un mordisco y dio una mirada por la ventana, esa misma que daba a la casa de los Diallo.

—Si necesitas pedir algo, sabes que solo debes decírmelo, Natanael. —Su madre, de nuevo, le dio una mirada cautelosa.

Nathan pinchó el pollo con su cubierto y sintió cómo su estómago daba un vuelco brusco, uno al que no estaba acostumbrado a sentir y que mucho menos podía diagnosticarse a sí mismo. De nada le servía ser médico, si llevaba enfermo hace años de lo mismo sin poder darle nombre.

—Lily — dijo.

—¿Qué hay con la niña de los Diallo?

Le dio una mirada a su madre, una como si fuese ella quien lo dijera y no él, porque de alguna forma, parecía extraño lo que estaba sintiendo.

—Madre — susurró.

Al instante la mujer comprendió. No se debía ser el gran sabio o filosofo para que supiera lo que su hijo estaba preguntando. Le conocía demasiado bien para saber que no lo diría de forma directa, pero que su paciencia se estaba agotando a dos cuartos de segundos al no llegar la respuesta.

—No, Nathan, no he vuelto a ver a Alizee. Por eso no he podido decirle que su hija salga contigo. Además, ¿por qué debe ser ella? Hay tantas niñas que...

—Porque nadie más es Lily, madre. Nadie de aquí es Lily. Nadie — interrumpió.

Su madre frunció el ceño, chupó por última vez la semilla del durazno y la tiró en la basura. Limpió sus dedos en un trapo cercano y suspiró rendida, las cosas iban de esa forma desde hacía ya unos años.

—Bien, ya hablaré con Alizee para que le diga. Y tú, intenta otro poco conquistarla, parece que irritas a la chica, sé más suave.

Nathan bufó viendo hacia otro lado, ni por poco aceptaría que debía ser tal cual su madre lo decía. En todo caso, seguiría en silencio, escondiendo el sentimiento que tenía rezagado desde los once años, aunque funcionara como un secreto a voces.

Quizá era un capricho, pero para Nathan, Lily era su capricho.

Y él debía de saciar el capricho.

       Y él debía de saciar el capricho

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Calcomanie (Décalcomanie 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora