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Julio, 1987

Había algo en la vida que nunca se detendría, al menos que el mismo mundo acabara en esos momentos. Ese algo era el algo más extraño, porque se detenía para cuando la persona muriera, pero nunca se detenía para los demás que seguían en aquel mundo.

Era el tiempo, ese algo era el tiempo.

El tiempo se detenía para aquellos que terminaban su vida en la tierra, pero nunca se detenía para los que quedaban con vida, para ellos las manecillas del reloj seguían moviéndose y el tiempo continuaba. La vida era eso, algo cruel, pero una realidad. Nada se detenía demasiado ni tampoco se adelantaba mucho.

Lily con 24 años había entendido eso. La vida era un juego de tiempo: naces y en un par de meses —medida de tiempo — tienes que iniciar a estudiar. Lo haces durante años — medida del tiempo — hasta que te gradúas y debes de encontrar alguien que te acompañe, no debes dejar pasar mucho tiempo si eres mujer para conseguir construir una familia y luego el ciclo se repite para tus hijos, al final, llegas a la vejez y el tiempo, se te ha terminado.

Así, sin más la vida se acaba y se resume en tiempo.

¿Vendrás? Te estamos esperando aquí con Oliver.

La voz de Fleur al otro lado de la línea se escuchó. Lily no quería negarse a ir con ellos a la casa de él, pero era una realidad que ese día no se sentía ni con ánimos físicos ni mentales para salir a la calle, había pasado los últimos meses de ese año sintiéndose densa y enferma.

—Tengo que ir a ver la casa de Martín — dijo.

Y hasta su nombre sonaba raro en su boca, desde el 85 lo había dejado de llamar por Nicolás. Ahora solo era Martín, porque luego de aquel año en que se vieron, las llamadas nunca volvieron por largos y largos meses hasta que se convirtieron en años. El tiempo de nuevo marcaba un algo y un nada entre dos personas, entre ellos.

Lo que un día ellos fueron ya no lo eran.

Deja de ir a su casa, Lilypo, te hace daño hacerlo — su amiga le regañó.

Ojalá que para ella fuera tan fácil dejar de ir a esa casa donde todo se sintió seguro y bonito, en donde escribió sus mejores historias mientras ella vivía una que le estaba marcando infinitamente el corazón.

—Me siento cansada, Fleur, y sé que ha pasado un tiempo pero quiero ir. Yo... quiero ir, esto es difícil de olvidar.

Lily sujetó con fuerza el puente de su nariz y recostó su cabeza en la pared para poder sentirse más liviana. Todo dentro de sí misma se sentía pesar más de lo que le podía gustar a ella que pesara.

Hacía ya varios meses que no se estaba sintiendo a gusto, en el peor de los casos creía que la vida ya le estaba pesando demasiado. Le estaba pesando la ausencia de Martín, los fracasos que había marcado a lo largo de sus años de intento de ser escritora, el intento de ser estudiante y el hecho de que su padre había fallecido ya hacía unos años atrás. Pensaba que la vida le estaba pesando tanto que únicamente necesitaba soltarse de lo que fuera que era la vida en esos instantes.

Oliver dice que aquí te da algo para que dejes de sentirse tan agotada — su amiga ofreció.

Aunque Lily deseaba que la fatiga que sentía o la opresión perpetua en el centro de su cuerpo pudiera irse, ojalá que lo que Oliver le diera le quitará la sensación de asfixia que tenía al dormir boca arriba, que le pudieran quitar los mareos o incluso los desmayos que había estado teniendo las últimas fechas.

Calcomanie (Décalcomanie 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora