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Septiembre, 1982

Las bodas para Lily siempre habían sido algo fascinante. El fanatismo por el romance la hacía disfrutar tanto de esos momentos en que dos personas se proclamaban su amor frente a todos para unir sus vidas. Escuchaba los votos y de vez en cuando se encontró repitiendo ella misma las siguientes palabras: "en la salud y en la enfermedad. En la riqueza y en la pobreza".

Soñaba con la idea de algún día casarse. Le gustaba la idea de compartir su vida con alguien, aunque no era su prioridad. Cuando comenzó a crecer, inició con la idea de que casarse implicaba más que solo gritarse amor en los buenos momentos. Implicaba más que solo besos y enredos de manos o citas. Había responsabilidades y desafíos.

Entonces entendía que amarse en la salud y en la enfermedad no era tan sencillo, tampoco lo era en la riqueza o en la pobreza.

Casarse no era solo decir que sí y listo.

Para Lily ahora, en esos instantes se daba cuenta de que casarse implicaba poder enfrentar esos momentos de la mejor manera. Lo veía con sus ojos porque durante casi veinte años ella nunca vio que algunos de sus padres se enfermaran como ese día. Sin embargo, a pesar del tosco carácter que su madre tenía, ella nunca se había alejado de su padre. Nunca lo había soltado. Nunca lo había dejado de llamar por su nombre.

La señora Diallo nunca abandonó a Antonie.

Por eso compartir la vida con alguien era enfrentar al mismo tiempo esas crisis sin poder huir, sin poder decir "yo no tengo la culpa" o "no quiero hacerlo". No había nunca opción para huir porque lo que le sucedía a la otra persona se tomaba como propio luego de casarse.

Ella creyó que esas cosas de los problemas tuyos son míos, solo ocurría luego de una boda, pero se equivocó. Una vez más, Martín le demostraba que no se necesitaba estar casado para enfrentar los problemas de la vida al lado de la persona que se ama.

Una vez más él rompía con todo lo que ella creía y le parecía la cosa más fascinante del mundo. Como si no pudiera ella creer que se podía ser amado de esa forma.

Sentía cómo el pulgar de Martín le acariciaba con dulzura el dorso de su mano. Su cabeza estaba recostada en el hombro de él mientras los cuatro esperaban a que su madre saliera a darles noticias. Su padre estaba en una habitación y al menos lo habían conseguido estabilizar. Sin embargo, no estaba fuera de peligro.

Los doctores lo tenían bajo supervisión y solo la esposa podía entrar y quedarse ahí. Con su hermana esperaban a que les permitieran entrar a verlo, aunque sea algunos minutos. Cosa que ese día parecía casi imposible. Le molestaba esa idea, porque le costaba creer que las enfermeras pudieran ser tan duras con los familiares de los pacientes.

Ningún familiar del paciente está ahí por placer.

Lily se había levantado cinco veces a preguntar si podía entrar, la única respuesta que tenía al regresar era que las reglas del hospital no permitían el ingreso de visitantes fuera de la hora indicada. Por eso, ella seguía ahí, esperando a que fuera el mediodía y pudiera entrar.

—¿Estás seguro de poder quedarte, Nicolás? — preguntó.

Sintió cómo Martín le dio una respuesta afirmativa, moviendo su cabeza sobre la suya. Agradecía que así fuera, sentía que no podía soportar todo ese peso encima ella sola. La idea de quedarse sin la única persona que la mantenía de pie en esos instantes le aterraba.

Calcomanie (Décalcomanie 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora