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Abril, 1983

El color negro siempre le pareció elegante a Lily. Le hacía pensar que era un color que usaban las mujeres de clase alta. La mayoría de ellas eran esposas de personas importantes, como presidentes o alcaldes. Recordaba haber visto a muchas llegar a reuniones de políticos con sus vestidos negros y un fino collar de perlas blancas que colgaban del cuello.

    Recordaba haber pasado a sus lados de vez en cuando en los momentos en que ellos llegaban a visitar el pequeño pueblo. En mente estaba grabado el aroma tan cítrico que olían o lo brillante que su piel se volvía cuando utilizaban ese color. A Lily se le pasaba por la mente lo superiores que ella se veía de esa forma.

    Y le gustaba esa sensación.

La idea de que ella usase un vestido negro le gustaba. Incluso algunas veces quiso comprar ropa negra para poder aparentar ser alguien más elegante. Alguien que se viera adulta y madura solo con la ropa. Era la idea que tenía, aunque su madre no pensaba lo mismo. Todas las veces que intentó ponerse algo negro en su conjunto de ropa, escuchó a su madre decirle que la ropa negra era para velorios. Que está únicamente se empleaba cuando había que ir funerarias y cuando había duelos.

Luego de escuchar esa creencia, subía a zancadas y utilizaba otra ropa. Al paso de los días, las prendas de color negro quedaban hasta al fondo del armario y nunca más se volvían a ver. Después de todo, sus colores siempre habían sido los claros y los pasteles. Sin embargo, estaba ahí parada viendo las solapas de su vestido negro. Estas se agitaban bajo la calurosa mañana de abril, aunque el cielo no se veía de la misma forma.

Sus labios temblaron cuando sus manos pasaron alisando su vestido. Quería verse perfecta, aunque ¿cómo podría verse perfecta en ese momento?

La mirada de ella se perdió en alguna parte de ese profundo negro. Había algo en su corazón que se sentía atascado. No le daba ni para adelante, ni para atrás. No sentía nada, era como si aún no consiguiera procesar nada de lo que estaba sucediendo. En la boca de su estómago se le había aferrado una pesadez, muy parecida a la indigestión. Lily sentía que terminaría vomitando si le prestaba demasiada atención a lo que sentía en esos momentos.

—Lily — le llamaron.

—¿Ah? — musitó.

—Pasa a dar algunas palabras — le dijeron.

Se quedó parada otros segundos, pensando en lo que le habían dicho. Queriendo negarse a hacerlo, pero luego solamente lo hizo. Se movió sin reflexionarlo.

Caminó hasta pararse donde las personas que la habían llamado estaban. Había un papel entre sus manos que estaba totalmente arrugado. Era una realidad que ni siquiera lo leería, pero le habían rogado que escribiera un obituario, sin embargo, no estaba para decir en miles de palabras la biografía de alguien.

No, ella no podía.

—Bueno... — comenzó, sin poder levantar la vista —. Mi nombre es... Lilian. Yo... no creo poder hacer esto sin... llorar. Ni siquiera sé por dónde debo de iniciar...

La vista de Lily por fin dejó de estar en el suelo. Vio al horizonte y admiró por leves segundos las copas de los árboles hasta que la afirmó en la fotografía que estaba a su lado. La fotografía de su padre.

—Nunca le di peso a una llamada, para mí las llamadas eran... llamadas, hasta que...

Lily cerró los ojos y negó. Algo dentro de ella estalló porque su boca estuvo a punto de decirlo en voz alta. En pocos segundos revivió el momento. El día anterior había regresado a casa, se había ido directo a dormir aun cuando tan solo eran las seis de la tarde. Ese día se perdería la llamada de Martín y luego pediría disculpas.

Calcomanie (Décalcomanie 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora