27
Noviembre, 1981
—¿Vas bien, Lilian? — lo escuchó.
Lily asintió con la cabeza pegada a la espalda baja de Martín.
Había transcurrido como nada ya una semana desde la confesión que Martín le había hecho a Lily. Los ocho días fueron como dos adolescentes descubriendo qué era amarse. De vez en cuando, Lily se encontró entre los brazos de él y otras veces con los retratos de sí misma en su libreta. Descubrió la sensación de piel a piel, o de los nuevos colores que el mundo tenía sobre sí.
Ese día era el día de la cita que hacía un mes Martín le había pedido. Iban a la famosa fiesta de otoño que se hacía todos los años.
El sonido de la bicicleta pasando por las calles de ese pueblito en Francia junto con la música de los almacenes le hacían sentir a Lily que estaba en camino a la cita perfecta con el hombre indicado. Martín sentía las manos de Lily aferrarse a su cintura, mientras ella se aferraba a grabar todo lo que ese día sucediera.
Se aferraba a grabar la forma en que se sentía. La temperatura en que el clima estaba a ese día: «Fresco». Los colores que el cielo le había regalado aquel primero de octubre: «Morado, rosa y amarillo». La manera tan maravillosa en que su cuerpo y alma parecían disfrutar de ese momento. Su corazón sintiéndose acelerado y sus manos sudorosas de nervios.
—¿Qué has dicho para que te dejaran salir, Lilian?
Martín de repente preguntó. Lily asomó un poco más su rostro a un costado de él para poder responder.
—He dicho que en el lugar nos juntaremos con Joyce y Fleur — soltó.
Una carcajada escapó de él cuando se dio cuenta de que tuvo que mentir para poder salir.
—No sabía que eras tan experta mintiendo.
Lily se encogió de hombros como instinto. Como si él pudiese verla hacer ese gesto. Luego, dijo:
—Hemos pasado mintiendo toda la vida que esto no parece la gran cosa, Nicolás.
Y aunque la biblia le dijera que no debía mentir, lo había hecho desde hace mucho tiempo. Vivía entre esa mentira de hacerle creer a su madre que ella era lo que la señora Diallo había moldeado. Tan pulcra y correcta. Tan obediente e inocente que no hacía nada malo. Aunque muy al fondo, se equivocaba.
Se equivocaba porque no sabía que su pequeña niña había mandado papeles a una universidad o que existía una remota posibilidad que ella tenía una relación con un chico cuando ella se negaba en las cenas a tener una.
—¿Alguna vez no has mentido, Lilian?
Martín dobló en una de las esquinas de la cuadra. Lily dejó de ver los almacenes y comenzó a ver algunas casas. Recostó su cabeza en la espalda media de Martín, estaba pensando de manera profunda sobre lo que le debía responder al pelirrojo.
Acaso debía decirle que solo cuando estuvo con él no mintió. ¿Debía hacerlo?
Entonces, lo pensó. Sabía que no siempre tendría esas oportunidades para decir en realidad lo que pensaba o lo que sentía. Tenía una oportunidad en ese momento y la uso.
—Cuando estoy contigo, no necesito mentir, Nicolás, me transmites tanta libertad que no necesito mentirte.
—¿Te sientes mal por mentir, Lilian? — cuestionó en un susurro.
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Calcomanie (Décalcomanie 1)
Romance¿Me creerías si te dijera que el hilo rojo no es lo único que destina a dos personas? En una localidad al sur de Francia. En la década de los ochenta, vive Lily Diallo una joven con el sueño frustrado de ser escritora. Todos los meses compra un nuev...