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Septiembre, 1981

La alarma de Lily comenzó a sonar por toda su habitación. Un gruñido escapó de su boca, estiró su mano tanteando encontrar el reloj y silenciarlo. Quería solo cinco minutos más. Tan solo había dormido dos horas y necesitaba al menos seis horas de sueño para no iniciar con el pie izquierdo.

      —Maldigo el día en que crearon los relojes — balbuceó.

      Su mano golpeó al reloj haciéndolo silenciar de forma automática. Le agradeció a Jesucristo por eso y se disculpó por haber maldecido antes de girarse en su cama y cubrir su cabeza para dormir cinco minutos más. No pedía mucho, solo cinco minutos más y eso haría.

      Estaría pendiente de que en el reloj pasaran cinco minutos para poder levantarse. La respiración de Lily volvió a escucharse de forma profunda, para entonces ya había vuelto a quedarse dormida.

—¡LILIAN MARCE, NIÑA HOLGAZANA! ¡¿QUÉ HACES DORMIDA?!

      Abrió de golpe sus ojos. El susto le había agarrado el corazón para apretarlo y desaparecer. El alma se le había salido por los ojos cuando bajó la mirada y vio a su madre con las manos en la cadera, dándole la más grande mirada de desaprobación.

      —Levántate antes de que llegue a tres — masculló.

       Lily saltó de la cama tan pronto como su madre quiso decir tres. Se quedó parada al lado antes de reaccionar y darse cuenta de que a ese paso nunca llegaría a tiempo al instituto. Sin prestarle o darle excusas a su madre, comenzó a alistarse.

      Lo que siempre hizo en media hora, aquel día lo consiguió hacer en quince minutos. Aun con todo eso no conseguía salvarse de una detención. Salió corriendo con una manzana en la mano y habiendo guardado el paquete que debía ir a dejar a correo. Esperaba que al salir del instituto siguiera abierto, de lo contrario la misma vida detendría el futuro de ella y ya no sería solo su madre.

      —¡Ya vuelvo! — avisó.

      Corrió en dirección a tomar el autobús, subió tan pronto como llegó y rogando desde sus adentros de que no llegará demasiado tarde para que ni siquiera la dejaran entrar. Como si fuera poco para Lily y sus nervios de no saber si podría llegar a tiempo, sintió como el autobús comenzó a ponerse más lento.

      Alzó su cabeza para intentar ver qué pasaba con el piloto, luego, segundos más tarde, escuchó al anciano mencionar alguna falla en el motor u algo parecido. La mayoría de los pasajeros comenzaron a quejarse, pero para ella no había tiempo de eso. Debía bajarse y aún caminar diez cuadras por al menos.

      Se bajó del autobús en dos saltos y comenzó a correr, sentía su mochila agitarse sobre sus hombros. El peso de la misma le hacía estorbo en sus hombros, sin detenerse se la quitó de atrás y comenzó a correr con ella en sus brazos.

      —Permiso — decía —. Lo siento, lo siento.

      Lily había pasado dos cuadras diciendo lo mismo y esquivando a los trabajadores que estaban haciendo fila para ir a trabajar. Estaba corriendo ya la cuarta cuadra. Su corazón ya estaba latiendo de forma desenfrenada. Estaba llegando a la esquina de ella, no le hacía falta demasiado para poder llegar a la institución.

      Luego todo fue demasiado rápido para asimilar y poder esquivar lo que estaba por suceder. Lily sintió como algo caliente llegó a su pecho y brazos, el quejido quedó atrapado en sus labios al tiempo que sus manos buscaban separar la blusa de su uniforme de su cuerpo.

Calcomanie (Décalcomanie 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora