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Noviembre, 1982

El sonido del estéreo llenaba toda la casa. Había una calma interesante y preocupante. Por primera vez, en algún tiempo, ella podía sentir calma. Era una combinación extraña la que sentía en su cuerpo. Como si estuviera tranquila, pero a su vez se sintiera nerviosa sin explicación. Sus manos se presionaron con fuerza frente a su estómago y fijó su vista en el techo de la sala.

Escuchó una puerta ser abierta y luego el sonido de alguien bajando por las escaleras. El cítrico aroma de la loción de Josephine le llegó a su nariz, haciéndola picar con ganas de estornudar. Levantó un poco su cabeza para ver si alcanzaba a ver a su hermana. En efecto, consiguió verla alistar las llaves y colocarse el abrigo. Eso significaba una sola cosa: ella saldría.

—¿A dónde vas? — preguntó —. Hoy no hay visita en el hospital.

Josephine terminó de colocarse su abrigo y luego se acercó al sofá de donde Lily se encontraba. Quedó a sus pies. Ambas se quedaron algunos momentos en silencio. La hermana mayor no tenía idea de cómo decirle que, la vida no se pausaba por el hecho de que su padre estuviera en el hospital y que, por más que doliera, se debía seguir caminando.

Lily necesitaba seguir caminando y no quedarse tirada en el sofá, como lo había hecho los últimos tres días desde que las visitas comenzaron a ser más restringidas.

—Se que no hay visitas, Lily — comenzó —, pero saldré con Dean.

El rostro de Josephine intentó ser comprensivo con su hermana. Sin embargo, la menor solo movió la mirada para evitar verla. Se quedó viendo hacia la ventana y dejó escapar un suspiro. De alguna forma, se debía comprender que cada persona lidiaba con los problemas a su manera, y Lily lo hacía de forma más lenta.

A ella le estaba llevando más tiempo, y de vez en cuando, tenía la sensación de que a todos les debía costar lo mismo, pero las cosas no eran así. Esa era la realidad.

—Está bien, ve con cuidado — concluyó.

—Regresaré más tarde.

Lily vio a su hermana darse la vuelta luego de que apretara los dedos de sus pies con las manos. La puerta fue abierta y segundos más tarde fue cerrada. Una bocanada de aire escapó de sus pulmones.

Su hermana se había ido. De nuevo, la casa se encontraba vacía.

La respiración lenta de ella se mezclaba con facilidad a la música del estéreo. Se preguntaba si era correcto que su hermana tuviera todavía ánimos para salir aún sabiendo que su padre podría irse en cualquier momento.

Se preguntaba si era válido continuar con la vida a pesar de saber que algo en la vida de muchos podría cambiar por un hecho que solo necesitaba de segundos para llevarse a cabo. ¿Era válido continuar con la vida?

Para Lily no existía una respuesta en concreto. Sin embargo, más que válido, era lo que debía suceder. La vida se caracteriza por no detenerse, no importa si el mundo se derrumba o las calles se queman. No importa si llueve a cántaros hasta que los techos de los coches queden cubiertos. No importa si el mismo presidente está en un hospital u otra persona. No importa nada de eso, la vida sigue.

Avanza y avanza, y ella no podía quedarse sentada en el sofá mientras esperaba a que sucediera tanto algo bueno como lo peor.

La vida no se detiene por nada, hasta que acaba en lo que debe acabar: en la muerte. Ahí es la única forma en que la vida se detiene. No existen otras formas de pausarla. No importa cuanto Lily desease que por un momento su vida pudiera ponerse en pausa y estar en un limbo donde pudiera recuperar el aliento.

Calcomanie (Décalcomanie 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora