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Noviembre, 1982

Lily cubría su rostro con la bufanda de cuadros color café, mientras sujetaba la mano de Martín. Sus huellas plantares quedaban pintadas en el suelo blanco que había dejado una llovizna de nieve. Veía cómo las personas de adelante dejaban su marca y ella solo reforzaba más la huella plantar.

         Una risita escapó de su boca cuando de forma inconsciente buscó presionar de nuevo la huella plantar de la persona que iba delante de ella.

           —Salta.

           Martín avisó al tiempo que empujó un poco a Lily para que ella pudiera alcanzar más la otra huella de la persona. La risa de ella escapó de manera sonora por su boca. Él se percató de la forma en que los ojos de ella desaparecieron y sus dientes dejaron verse.

            —¡Salta!

            Avisó de nuevo cuando ella debía buscar caer en la siguiente huella. De nuevo, había caído en la huella plantar. Martín le iba ayudando a saltar por todas las huellas que conseguían verse en la acera de la cuadra donde caminaban. De lejos se veían como una pareja sin problemas. A distancia nadie creería que Lily cargaba aún con la pena de su padre hospitalizado y Martín con la carga de que cada día que avanzaba era uno menos para verse obligado a decirle la verdad.

            Ella sabía que de un día para otro su padre podría morir. No saber su diagnóstico le atormentaba. Él, por otro lado, sabía que podría destruir a la mujer que en ese momento buscaba sacar a su niña interior jugando a pisar las huellas.

            Lily únicamente quería traer de vuelta ese recuerdo de cuando tenía ocho. Quería recordar ese instante en que ella aseguraba que era la persona más feliz. Recordaba el verano de cuando tenía ocho y regresaba del Instituto. La forma en que se reía ella sola cuando saltaba en cada cuadro de la acera en busca de no pisar las líneas.

            Ella repetía eso todos los días de regreso a casa. Le fascinaba hacerlo y al llegar, ser recibida por el olor del almuerzo que su madre había preparado tanto para su hermana como para ella. Esas cosas para ella eran lo que le hacían feliz.

               Para ese entonces la felicidad radicaba en cosas tan pequeñas como saber que habías vuelto a casa con la victoria de no pisar ninguna línea en la acera de la calle. Radicaba en el sentimiento de ser recibida en casa por tus padres, de contar tu día en la mesa y quedarte dormida por las tardes con el uniforme puesto.

              Para Lily su felicidad radicaba en despertar pasado de las seis, darse cuenta de que su padre ya había vuelto de trabajar y que ella aún seguía en uniforme. Luego, años más tarde, ella regresaba a casa y las cosas parecían tan diferentes. Algo había cambiado y lo había hecho en exceso, porque ella caminaba sin miedo a pisar las líneas, entraba sin oler la comida del almuerzo y subía a quitarse su uniforme.

            No recordaba más las sensaciones de madrugar, de buscar uniformes o de correr para alcanzar a Fleur y entrar al instituto. No recuerda ahora lo que era sentarse en esa mimosa y pensar en nada, más que querer volver a casa.

           Ahora, ella parecía querer recordar algunos de esos instantes. Regresar a sentirse feliz por segundos. Volver a lo que nunca podría volver, pero que de vez en cuando al lado de la persona correcta podría revivir ese recuerdo.

           —Amaba hacer esto de niña — comentó.

          Se detuvieron cuando llegaron a la esquina de la cuadra. El oficial estaba dando vía a los coches y tenía detenidos a los peatones. La mano de Martín aún sujetaba la de ella. Volteó a verla cuando le escuchó comentar.

Calcomanie (Décalcomanie 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora