7
Septiembre, 1980
El final del verano había llegado. Ese día, en especial, marcó la mayor amargura de Lily. La peor parte de su vida y la razón por la que ese día en específico no deseaba estar en casa. Día que le gustaba salir y pasar en todos lados menos en el lugar que se suponía que debía llamar hogar.
Sus manos estaban metidas en una sudadera delgada que no le provocaba calor. Su cabello iba sujetado por una coleta y veía el atardecer naranja que se pintaba en el cielo. Caminaba sola, dejando que el mundo le calmara un poco el malestar que estaba instalado en su pecho. Eso que le dolía demasiado.
Eso que le recordaba a ese día que le amargo, pero que hasta cierto punto comprendía la razón por la que su madre le había hecho lo que le hizo. Lily creía que debía permitir esas actitudes porque era su madre. Consideraba que debía dejar que eso sucediera porque intentaba comprender el mal rato que su madre pasó cuando intentó soñar. Pero, lo que ella no comprendía aún era que en realidad nadie debía dañar tanto a alguien solamente porque fue dañado.
Era una ley de vida. Quien es dañado sabe como dañar. La señora Diallo solo había tergiversado ese pensamiento con la idea de: es mejor que yo la dañe a que alguien más lo haga.
Aquella inteligente mujer se aferraba a esa idea. A la idea de que si ella lastimaba a su hija cuando llegará al mundo adulto no tendría que o quien la hiriera. Porque aseguraba que aunque ella lastimará a Lily, su hija se veía en la obligación de perdonar porque era su madre.
Lamentablemente, Lily tenía la creencia que su madre tenía. Su idea no estaba tan clara, pero lo pensaba de vez en cuando y no lo sentía incorrecto. Aun así, de alguna forma no podía sentir cierta fricción negativa ante ese día luego de lo que su madre le había hecho. No podía evitar no desear verla ese día porque todo le recordaba a ese instante en que dejó de querer seguir haciendo lo que le hacía feliz.
✿
Su vista iba pasando por los locales. Quizá ya había caminado demasiado lejos de casa, pero no le importaba. El objetivo de la salida era tomar distancia y escaparse por algunas horas hasta que se hiciera de noche y tuviera que regresar.
Entre más lejos se está de donde yace la raíz del problema, debería doler menos. Por supuesto que debía doler menor.
La música del bar que estaba a unos metros comenzó a escucharse. Sus dedos danzaban dentro de la sudadera y no se detuvo de caminar. Pero, el paso que Lily llevaba se detuvo de repente. Justo frente a un bar.
Su vista no pudo evitar irse a ese chico que estaba en la barra con un vaso y su cuaderno al frente. Había encontrado el cabello rojizo entre tanta gente. El local era habitual entre los viernes y sábados. No era ninguna extrañeza tampoco que de vez en cuando pasará por ese lugar, pero ese día, era extraño que por primera vez se detuviera al frente de la vitrina y se quedará parada viendo a quien estaba dentro.
Fue extraño que se detuviera en un sitio como ese. Las personas creían, no, aseguraban que un bar no era sitio adecuado para una niña que asistía a los servicios de la iglesia todos los domingos. Únicamente las personas no sabían que ella veía a alguien que si entraba a esos sitios.
Por un momento quiso continuar caminando, pero ese día todo lo que tenía dentro de ella se sentía diferente. Entonces, se preguntó: ¿por qué odio a Martín?
La opción de odiar a Martín solo por vender un libro no le parecía tan real. Su lógica le decía que era demasiado odiar a alguien por vender algo que querías, aun sabiendo que los ejemplares regresarían. Pero entonces, ¿por qué lo odiaba?

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Calcomanie (Décalcomanie 1)
Storie d'amore¿Me creerías si te dijera que el hilo rojo no es lo único que destina a dos personas? En una localidad al sur de Francia. En la década de los ochenta, vive Lily Diallo una joven con el sueño frustrado de ser escritora. Todos los meses compra un nuev...