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Junio, 1980

El sonido de un quejido fue lo primero que consiguió escuchar. Abrió sus ojos lentamente, asegurándose que no hubiera muerto. Lo primero que pensó fue que vería un enorme pasillo blanco con muchas puertas y a los mismos ángeles diciéndole que Dios le esperaba al otro lado.

      Y dándose cuenta de que de esa forma su vida habría acabado mucho antes de poder cumplir su sueño frustrado de ser una escritora reconocida. Percatándose que nunca tendría libros en físico y mucho menos viendo su nombre entre los autores más vendidos.

      A pesar de todo lo que se le pasó por la mente, encontró todo menos eso. Un chico con los cabellos rojizos despeinados y largos. Su pelo era rojo fuego, casi brillaba bajo el sol que contrastaba extrañamente con su piel morena y ojos verdes azulados. Sus mejillas teñidas de rojo fuerte por el sol y sus labios estaban entreabiertos dejando escapar quejidos mientras veía sus manos raspadas.

      Estaba en el suelo con una bicicleta tirada a su lado.

      —¡Oye, loco! ¿Qué no te fijas? — chilló. —¿Acaso necesitas lentes?

      —No —espetó —. Quizá tú necesites ser más prudente.

      La voz del chico pelirrojo fue golpeada. Dejando ver espasmos en su cara. Una mueca de desagrado y molestia. El chico de ojos claros se le quedó viendo con enojo. A Lily le hubiera descolocado la extraña pronunciación de él, no parecía ser naturalmente francés, pero tampoco sus palabras sonaban mal.

      —¡Casi me atropellas! Estuve a un pie de irme con Cristo y no es como que no quisiera, pero aún me hace falta vivir.

      El chico aún tenía fija la mirada en ella, la molestia clara estaba en él.

      —¿Te importa si necesito? — masculló.

      Lily soltó un suspiro cansino al escucharlo solo contradecir. Llevó sus dedos para sujetar el puente de su nariz. «Lilian Marce, las mujeres tranquilas son más atractivas», recordó lo que su madre le decía.

      —Déjalo. Solo no intentes matar a nadie más en lo que resta de tu camino — dijo.

      Iba a seguir caminando y, es que, en realidad avanzó tres pasos, pero de reojo pudo percatarse que el chico seguía aún en el suelo intentando procesar todo lo que estaba sucediendo. En realidad ella había sido casi atropellada, pero su conciencia no le permitió dejarlo ahí y regresó.

      Se giró y se puso de pie frente a él.

      —Anda, levántate, estás a medio camino. Ven, dame la mano — ordenó.

       El chico frente a ella vio su mano con molestia, pero aun con eso le tomó la mano cuando Lily se la agitó de nuevo en señal de apresurarlo y fue el momento en que la mano de él conectó con la de ella.

      Su tacto se sintió electrizante. Estaba fría a pesar de ser pleno verano. Lo tiró hacia ella para levantarlo y cuando lo dejó de pie se agachó a tomar la bicicleta y encaminarla a la acera más próxima.

      —Gracias — escuchó al chico a regañadientes.

      —Ya. Como sea — se encogió de hombros.

      Dejó recostada la bicicleta de él en una de las paredes de los almacenes que estaban en la cuadra y sin esperar respuesta alguna del contrario emprendió camino nuevamente.

      —¡Por favor, no mates a nadie! — gritó cuando ya estaba a una distancia prudente.

      El chico solamente frunció el ceño con deje de incredulidad. ¿Quién se creía ella para hablarle de esa forma? Ninguno conocía al otro, pero cierta fricción negativa había entre ellos, aunque no por mucho.

Calcomanie (Décalcomanie 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora