12

47 6 26
                                    

12

Febrero, 1981

La melodía de la canción española que sonaba desapareció en ese instante. Lily se concentró en ver a Martín comerse el helado de sandía mientras los cabellos largos caían por detrás de su nuca y otros estaban recogidos en una desordenada coleta.

      Él era tan extraño.

      Se percató que ese día él llevaba algunas manchas de pintura regadas por sus mejillas y otras en las mangas de su camisa. Incluso en su pantalón beige al nivel de la rodilla había pintura roja.

      Lo veía tan sumergido en ese cuaderno que tenía garabatos en lápiz y pintura que pudo percatarse que estaba sonriendo. Y no, no era esa sonrisa que siempre le daba a ella. No tenía esa sonrisa que tenía una enorme carga de desear molestarla. Era una sonrisa... natural.

      Como de costumbre, para él se le hacía tan fácil dibujar y hacer todo lo que en realidad le hacía sentir bien y feliz. No quiso que se encontraran. Lily no quería verlo y entonces se inclinó solo un poco a Fleur para poder susurrarle:

       —Vamos, vamos.

       Jaló de ella para que pudieran caminar y que él no las notara. Avanzaron a lo largo del pasillo y llegaron hasta el ordenador. Se inclinó hacia el frente para poder observar los sabores que había en el mostrador.

       —Buenas tardes. — Saludaron ambas acercándose.

      La anciana al otro lado les dio una sonrisa saludando de la misma forma. Con amabilidad esperando por la elección de ellas.

       «Fresa, avellana, coco, chocolate, sandía, mora con frutillas, ron con uvas y café espresso» leyó cada tarjetilla que estaba sobre los sabores.

       —¿Cuál vas a elegir? — le preguntó a Fleur.

      —Ese — le señaló.

      Lily vio que había señalado el de fresa. Ella, por otro lado, se sentía atraída por el de café espresso.

      —¿Ya saben que ordenar, corazones?

      La anciana que estaba atendiendo preguntó. Asintió como respuesta y ordenó sus helados. Pidió el de Fleur y el suyo.

       Esperó sin girarse para poder coger los helados cuando se los dieran. Escuchó a sus espaldas la puerta abrirse, esperaba que Martín se hubiera puesto de pie y se hubiera ido, pero se equivocó.

       —Estamos aquí, Joyce.

      Fue el momento en que Lily se giró. Martín levantó la mirada y Joyce los vio a todos. Se giró apresuradamente para que él no la viera. Pero, en ese caso, algo le cortó la concentración y la desconcertó.

       —¡Nicolás! Que bueno verte aquí.

       Lily escuchó la voz de su amiga, Joyce, mencionar el nombre de un chico. Era claro que dentro de esa heladería el único chico sentado al que se le podía hablar era a Martín.

      Entonces, de nuevo volvió a girarse y lo vio.

       Joyce saludó de doble beso en la mejilla a Martín, quien aparentemente no se llamaba así, sino Nicolás. Fleur dejó escapar un jadeo y pellizcó la parte final del abrigo largo que Lily llevaba. Ella tampoco detuvo la sorpresa que le había causado saber que su amiga conocía a Martín.

       —¿Lo has visto? — le susurró.

       —Lo he visto — le respondió de la misma forma.

Calcomanie (Décalcomanie 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora