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Abril, 1983

Lily muchas veces tuvo pensamientos sobre: no podré avanzar, no podré salir o no podré superar esto. Pensó eso repetidas veces cuando recién supo que su padre había enfermado. Dichos pensamientos se hicieron más grandes cuando supo que él había sido diagnosticado con cáncer en el corazón en etapa terminal.

Lo pensó los primeros días en que le tocó cuidarlo y no dormía casi por las noches y luego de eso, por las mañanas le tocaba ir a la biblioteca. Ella ya no tenía permisos a su favor. Esas fueron las primeras semanas del año. Lo único que pensó fue: que desgraciado inicio el que tuve. Creyó que ni siquiera podría soportar un mes de la forma en que estaba llevando su propia vida. Sin embargo, el ser humano está repleto de curiosidades y una de ella era que todo aquello que sucedía, él ser humano a la larga se acostumbraba y aprendía a lidiar con cada una de las cosas que enfrentaba.

Lily había aprendido a lidiar con la enfermedad de su padre. A lidiar con la ausencia de Elio y conformarse únicamente con las llamadas que tenían todos los días y todas las semanas. Ella había conseguido sobrevivir varios meses de esa forma, aunque había dejado de querer verse en espejo, ya no le prestaba tanta atención a sus ropas y algunas veces llegaba a comer parada para ahorrar el tiempo. Y de todo se consigue avanzar hasta que se encuentra una salida y se respira nuevamente.

Ella únicamente había seguido avanzando. Incluso, mientras cuidaba a su padre escribía algunas ideas para sus libros. Creaba sus mundos y al llegar a casa se animaba a escribir un capítulo. De esa forma había conseguido realizar el quinto libro. Las cosas estaban del asco, pero entre todo ese revuelo de cosas había momentos en que ella podía ser feliz. Esos momentos estaban frente a una máquina de escribir o estar pegada el teléfono escuchando a su novio contarle sobre cómo había sido su día.

Realmente no podía pasar nada que empeorara lo que ya estaba torcido. ¿Qué podía pasar? Para ella... ya nada. Las cosas ante los ojos de Lily no podían ser peor, por eso, únicamente se concentraba en seguir avanzando y repetirse cada mañana y cada noche que transcurría que algún día, las cosas acabarían.

Dejó escapar un suspiro cuando se bajó del metro. Caminó una cuadra hasta que llegó al frente del hospital. Tendría que pasar la tarde con su padre como de costumbre. Se quedó algunos minutos parada a las afueras.

Se sentó en una orilla y vio el horizonte. No tenía nada en especial que ella quería ver, únicamente quería fijar su vista en algún otro lado que no fuera en un cuarto de cuatro paredes con aire deprimente. El hospital absorbía sus energías, le hacía sentirse pesada y sin ganas de nada.

Andaba con la muerte encima cada vez que pisaba ese lugar. Podía sentirlo en su ser, la forma en que se sentía más triste al pasar por los pasillos y escuchar algunos susurros sobre el tiempo de vida, la forma en que se había accidentado o como había perdido una extremidad o incluso... la vida.

Para Lily entrar al hospital era ser absorbida, sentirse deprimente y sin esperanzas. Era sentirse pesada y cansada de que todo los días fuese lo mismo, pero era su padre. Era quien le había comprado los libros, quien le preguntaba por ellos y quien le había demostrado cariño. Ella quería hacerlo no porque fuera un pago, sino porque realmente quería acompañar a su padre. Quería estar a su lado aun cuando por dentro tuviera miedo y se sintiera agotada de su vida en esos momentos.

—Yo puedo hacerlo — dijo.

Se animó a sí misma luego de pasar cinco minutos ahí sentada en esa orilla en busca de retrasar lo inevitable. Cogió nuevamente su mochila y se paró para entrar. Esta vez lo haría.

Calcomanie (Décalcomanie 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora