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Febrero, 1981

El tiempo es lo más valioso que existe para el ser humano, aunque muchas veces poco valor se le entrega en realidad. El tiempo es vida y cada segundo que avanza es estar más cerca de la muerte. Cada segundo que avanza es uno menos para acabar con la única vida que tienes.

      Febrero había comenzado y como nada el tiempo se le había escapado a Lily. Desde ese día de enero de 1981 ella se dormía con la esperanza de que al despertar las cosas fueran distintas. Que su mundo fuese diferente y que tuviera la libertad que tanto deseaba para ser ella misma.

      Todas las noches se dormía con un nudo en su garganta mientras veía el techo de su habitación. Se quedaba dormida luego de que un par de lágrimas se consiguieran escapar por los costados de su rostro.

      Se despertaba al día siguiente con la necesidad y el deseo de que alguien le dijera que podía contra el mundo. Que a pesar de todo ella podía comerse al mundo de la literatura y ser autora de un bestseller. En realidad anhelaba eso porque ella no podía decírselo a sí misma.

      Pero, era una realidad que todo seguía igual y nada había cambiado. 

Su mano sujetaba el agarradero que colgaba del techo del autobús. La bufanda que llevaba en su cuello cubría parte de su nariz. Su vista estaba fija en el camino blanco mientras escuchaba el estéreo.

      «... Amamos la fuerza de los jóvenes hoy en día. Este helado invierno no los detiene en lo absoluto. Quisiera que el verano llegará nuevamente o en realidad ¿sabes que? Quisiera hacerme joven de nuevo para poder colarme en las fiestas...» escuchaba lo que decían.

      Su vista se cerró al escuchar esas palabras. Ella también deseaba quedarse en los veranos y poder salir a más lugares. Poder tener una vida en lo que aparentaba ser normal. Le pasaba por la mente el poder correr en las calles sintiendo el calor en su piel. Que de alguna forma ese calor le calentara su helado mundo.

      Pero su mundo no era una película de Hollywood y seguía pintando colores extraños. Colores tristes.

      Su mano se sujetó con fuerza cuando el autobús se detuvo. Dos paradas antes de la suya. Iba al encuentro de sus dos amigas. Ese día estaba pensado para poder ver a Joyce luego de algunos meses.

      Su peso se movía de un pie al otro hasta que por el rabillo del ojo consiguió ver como un flacucho se paró a su lado y tomó la misma postura con ella.

      —Hace frío ¿verdad?

      La ronca voz de él la hizo voltear a ver.

       —¿A mí? — Se señaló.

      —¿Veo a alguien más? — le preguntó.

      El chico tenía el ceño fruncido y estaba reteniendo una sonrisa. Lily, por el contrario, seguía manteniendo una mirada seria y ajena en su totalidad.

      —Pues no lo sé, ¿observas el tamaño del autobús? Deberías saber que las posibilidades de que sea a otra persona son muchas. Además, no es como si fuese vacío para delimitar.

      El chico dejó escapar una sonrisa de medio lado. Su cabello oscuro con rizos pronunciados se agitaban sobre sus ojos con el movimiento del autobús.

      —Pues mira, que es a ti a quien le dirijo la palabra.

      —Ah.

       Lily forzó una sonrisa y volvió a ver por la ventana buscando cortar cualquier tipo de conversación con él. Pero, seguía sintiendo que el chico la estaba viendo, lo sabía porque lo veía por el rabillo.

Calcomanie (Décalcomanie 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora