28
Noviembre, 1981
Lily estaba segura de que la paciencia siempre había sido su mayor virtud. Siempre fue alguien que se sentaba y tenía la capacidad de quedarse por mucho tiempo ahí. Era alguien que podía estar trabajando bajo presión y no se inmutaba. Era la persona que parecía que nunca se molestaba y que la palabra paciencia debía ser su segundo nombre.
Era la estudiante que podía estar parada con la mano en el pecho mientras el himno nacional se escuchaba y ni siquiera se movía un poco. Era la persona que escuchaba la lentitud del hablar de sus profesores y no se desesperaba. Sí, se aburría, pero no parecía inmutarse o al menos no demostrarlo.
No sabía de dónde había heredado tanta paciencia, pero la tenía porque escribía grandes libros durante muchos meses seguidos. A lo mejor eso no debía llamarse paciencia sino disciplina. Aunque como fuese, tenía ambas de una forma pulida. Sobre todo la paciencia.
Sin embargo, había días en que su yo interior parecía fallarle. Parecía un cambio el que ocurría en ella y tomaba ciertos comportamientos no aptos de sí misma. O eso le decía su mamá. Había esos días donde su "algoritmo de comportamiento" se averiaba y era una inestabilidad la que ocurría dentro.
Ese sábado era esos días donde su algoritmo hacía un cambio en ella. Definitivamente, el que estuviera pellizcando su muslo sobre el pantalón se lo podía decir. La forma en que su pierna se agitaba de arriba para abajo mientras su vista estaba pegada en la puerta de la biblioteca se lo decía.
Una de sus manos estaba pegada a sus labios, al tiempo que mordisqueaba los uñeros que tenía a los costados. Los mascaba más, no los arrancaba de ahí. Detuvo su pie cuando las palabras de su madre se pegaron sobre su frente.
«Lilian, deja de agitar tu pierna de esa forma. Dejas de verte como la señorita que deberías de ser».
Y es que en realidad los nervios de esperar el correo junto con Martín la hacía sentir desequilibrada. Lo estaba esperando a que fuera a comprar comida, mientras ella seguía sentada a unos metros de la puerta esperando a que el cartero entrará.
—Vamos — animó, aunque se lo decía a ella misma.
Lily dejó escapar un suspiro, quería llorar y reírse. Ese día se encontraba descompensada en demasía. Hasta que la puerta se abrió.
—Lilian — le llamó, suave.
Y fue la primera vez que su nombre completo se escuchó diferente en la boca de otra persona. Se escuchó diferente que ahogó a su corazón y una enorme mariposa aleteo dentro de sí misma.
Lily había pasado toda su vida con un repudio a su propio nombre completo. Le tenía alta histeria al escucharlo de la boca de las personas. Se negaba a escucharlo y sentir que podía ser un nombre... bonito.
Su madre se había encargado de que ella creara ese repudio. Toda su vida la había nombrado: Lilian Marce y luego de esas palabras había una corrección.
Nunca nada se felicitó, todo se corrigió. Todo debía tener algo que mejorar. «Es bueno que trabajes en equipo, pero, Lilian Marce, deberías de entregar más responsabilidades a los demás», «Nos alegra que tengas amigos, pero, Lilian Marce, esa chica no me simpatiza, deberías de buscar a alguien más... agradable. Alguien que se parezca a nosotros», «Te felicitamos por tus excelentes notas, pero, Lilian Marce, deberías buscar subir esas que salieron levemente bajas».
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Calcomanie (Décalcomanie 1)
Romance¿Me creerías si te dijera que el hilo rojo no es lo único que destina a dos personas? En una localidad al sur de Francia. En la década de los ochenta, vive Lily Diallo una joven con el sueño frustrado de ser escritora. Todos los meses compra un nuev...