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Junio, 1982

El desgano con el que los pies de Martín se levantaban era notorio. Entró a su casa dos días más tarde de haber viajado por gusto y ser echado a la mierda por los profesores de mierda. Dejó el manuscrito en la isleta que estaba cercana a la entrada y se quitó los zapatos.

Ahí mismo se quitó el abrigo que llevaba junto con su camisa. Se agachó a colocar de forma correcta sus zapatos y guardarlos en el pequeño armario que tenía. Lo hizo y se detuvo aún en cuclillas para ver la cantidad de correo que tenía acumulado por tres días.

Dejó escapar un pesado suspiro. Tenía demasiada correspondencia. Quizá era la primera vez que algo como eso sucedía. Agarró los casi quince sobres que había y se dirigió a la cocina.

Le urgía una taza de té para liberarse de todo el estrés y poder dormir de forma más tranquila. Se acercó a la estufa para poder calentar un poco el agua en la tetera y sacó de las gavetas un poco de hierbas y lavanda.

Luego tomó la correspondencia que estaba en la isleta y se dirigió a donde tenía el teléfono fijo. Marcó el número de memoria luego de revisar que fueran más de las seis de la tarde. Lo sujetó contra su hombro y oreja y esperó a que sonaran los tonos.

Primero uno, luego el segundo, hasta que escuchó su voz al quinto tono.

Creí que no me llamarías.

La emocionada voz de Lily se escuchó al otro lado de la línea. Una sonrisa pequeña se le dibujó en su rostro. Le pesaba ocultarle a su novia que su manuscrito había sido rechazado por "grandes" personas, en una sociedad de mierda. La ira que sentía dentro de sí mismo le estaba haciendo mucho peso.

—No podía pasar otro día más sin escucharte. Comenzaba a extrañarte tanto que te imaginaba todas las noches durmiendo a mi lado —confesó.

Martín sonrió de forma victoriosa al escuchar la risita nerviosa que Lily dio al otro lado de la línea.

Mis días se sintieron terriblemente aburridos sin ti. Todo fue ordenar libros y ordenar y ordenar de nuevo.

La queja tan dramática de Lily hizo a Martín reírse. Ahora ella entendía lo aburridos que eran sus días cuando ella no trabajaba. Debía confesar que desde la llegada de ella, todo había sido un poco más tranquilo.

Despertaba con ganas de ir y deseaba que los días se hicieran más lentos para tenerla a su lado cuánto tiempo el día se lo permitiera.

—Esos eran mis días antes de que tú llegaras.

Qué vida tan monótona. Menos mal que me dieron ganas de trabajar, pero bueno, mejor dime, ¿qué tal todo?

Y la pregunta a la que no quería llegar, llegó. Martín no quería inventar toda una historia para decirle a Lily. No le gustaba mentir, mucho menos mentirle a quien era su novia. Sin embargo, era una mentira piadosa que le dolía, pero que era necesaria.

—Pues cansado. Estuve de arriba a abajo. Sinceramente, casi no estuve en la editorial, todos los compradores estábamos en un salón aparte — mintió.

Aun así, qué suerte. Hubiera querido estar ahí contigo.

«Yo no hubiera querido que escucharas como trataban de mal tu libro».

Dolía escucharla.

—Algún día iremos a una editorial. Te lo prometo.

¿Lo haces?

Calcomanie (Décalcomanie 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora