31
Diciembre, 1981
El motor de los coches se escuchaba más seguido de lo normal. Era extraño escuchar pasar tantos autos por el pueblo porque no era muy frecuente que la actividad fuese así un sábado a mediados de diciembre. Lily seguía con la vista a cada auto que pasaba por la calle mientras esperaba sentada a Martín en la banca de la parada que tenía el autobús.
En lo personal ella siempre había creído que Martín era alguien extraño y poco normal para ese mundo. Tenía la sospecha y cada cosa que vivía a su lado se lo confirmaba, pero justo en ese instante, estaba sucediendo lo que terminaba por confirmar que Martín era de otro mundo.
El miércoles por la tarde de esa semana se acercó a ella, en un susurro le dijo: «Iremos al lago el sábado. No importa que sea invierno y que esté nevando». Había sonado como una orden y no una pregunta y por eso ella estaba ahí. De alguna forma le emocionaba saber que harían tal locura en invierno.
Sus manos sujetaron su mochila y comenzó a jugar con las cintas que colgaban en sus piernas. Las enredaba en sus dedos sin apartar la vista del camino. Pasado un cuarto de hora, la cabellera roja de Martín se vio a lo lejos.
El aire quedó atrapado en sus pulmones. Sintió como sus mejillas se pintaron de rojo carmesí, un rojo tímido que solo él parecía generar en ella. Su cielo se había ido hacia abajo y aunque esa mañana el cielo se veía opaco por ser invierno, su cielo se veía en tonos naranjas y amarillos.
Le había iluminado el cielo y seguía sin poder creerlo.
—Su chofer ya llegó. — Martín apareció diciendo mientras dejaba ver una sonrisa.
Desde que comenzaron a salir, luego de haberse confesado de formas indirectas lo que sentían, Lily no había dejado de verle una sonrisa. Siempre que él aparecía lo veía sonreír y esperaba —en realidad rogaba— que fuese así siempre.
Se levantó de donde estaba sentada y colgó su mochila en la espalda. Martín llevaba la suya al frente.
—No eres mi chofer — dijo, dándole un golpecito en el hombro.
—Pero si soy yo quien te lleva y te trae. De lo contrario debiste traer tu bicicleta — le aclaró.
Lily bajó la mirada apenada. Sus manos se apretaron contra los agarraderos de la mochila y dejó de verle.
—Lo lamento, la próxima traeré la mía — murmuró, algo avergonzada.
Martín se percató de la emoción de Lily, dejó escapar una risita y llevó su mano a la quijada de la chica. Se la tomó y la levantó para que ambos se vieran.
La piel de Lily pico ante el contacto que tuvo. Su piel se sintió quemar bajo el suave toque que Martín tenía. Quiso decir que su estómago no se emocionó, pero había quedado perdida entre esa mirada limpia. Esa mirada como ese café en otoño. Tan claro y brillante. Tan joven con muchos misterios en el fondo.
Martín se inclinó hacia ella y dejó un rápido beso. Sus labios se encontraron, dejando de ellos un poco en los contrarios. Le dio un toque antes de crear distancia entre ellos.
—Mientras no me mate conduciendo una bicicleta y tú no me tengas miedo, estaría dispuesto a llevarte a donde sea, Lilian.
—¿A cualquier lado? — preguntó.
Martín asintió quitando su mano de la quijada de Lily. Un jadeo bajo escapó de su boca por la ausencia del tacto. De forma poco consiente llevó su propia mano a donde la mano de Martín había estado y sonrió.
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Calcomanie (Décalcomanie 1)
Romance¿Me creerías si te dijera que el hilo rojo no es lo único que destina a dos personas? En una localidad al sur de Francia. En la década de los ochenta, vive Lily Diallo una joven con el sueño frustrado de ser escritora. Todos los meses compra un nuev...