6. Pavor

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Sonrió al verme despierta y se deslizó lentamente al interior de la habitación. Se acercó a mí y vio mis ojos, en ellos podía leer perfectamente todo el dolor que estaba soportando en mi interior y lo hizo...

Rodeó la cama, se cogió el brazo que llevaba vendado y se acostó a mi lado. Me cogió con fuerza la mano y me besó el dorso. Luego me besó en la mejilla y se quedó por unos instantes pegado a mi rostro, dejándome llorar, sollozar...

Él me entendía. Eathan comprendía a la perfección cada uno de mis suspiros, cada una de mis lágrimas. Me arropó con cuidado, lo mínimo para no hacerme daño y murmuró:

—Estás muy débil todavía, necesitas reponer fuerzas y llorar de este modo no te va a ayudar en absoluto, cabezota... —Recogió un par de lágrimas de mi rostro—. Lo peor ya pasó...

Sonrió compasivamente y me arropó de nuevo. Apenas podía moverme, y en ese momento lo que más deseaba del mundo era poder aferrarme a su torso y llorar como una niña. Deseaba dejar que mis pulmones vaciaran todo el aire que podían llegar a contener, dejar que mi alma se vaciara por completo.

El calor de Eahtan junto a mí me calmó poco a poco, él seguía sereno a mi lado, manteniendo la calma para apaciguar la tormenta que estaba creciendo en mi interior. Levanté ligeramente la vista para poder mirarlo a los ojos y ahí estaba, esa sonrisa, ese refugio para mis peores momentos.

—Eres preciosa incluso llorando, que rabia das... —musitó él con ira fingida observándome.

—Estás ciego, idiota... —afirmé entre sollozos e intenté recobrar el aliento.

—Te diría exactamente lo mismo aun habiéndome arrancado los ojos... —sentenció en un susurro. Maté media sonrisa tonta en la boca—. Mírala, ahí estaba escondida... Sonríe, tonta. Sonríe, porque vencimos, Eirel. Mereces ser feliz a partir de ahora.

—No gané nada. Perdí demasiado.

—Y aun así, aquí estamos, juntos... que suene egoísta, pero que se hunda el mundo me da exactamente igual si sé que tú y yo podemos seguir abrazados eternamente...

—¿Cómo te encuentras? —pregunté entre ahogos.

—No debes preocuparte por mí ahora, céntrate en recuperarte tú de esto, yo voy a ponerme bien en nada —Perdí mi mirada en el dosel—. Sé que Líomar te ha dicho lo ocurrido con Caín, pero, no te culpes más, Eirel, haz un esfuerzo. —Afirmé y me aguanté las lágrimas de nuevo—. Hay algo que todavía no has preguntado, y me parece extraño...

—¿El qué? —Me giré ligeramente hacia él.

—Kayen. No preguntaste por él en ningún momento.

Por un segundo se me detuvo el corazón. Algo en mi interior me decía que él estaba mejor que todos nosotros juntos.

—Siento que él está bien, y, sinceramente, él es el que menos me preocupa ahora mismo... —Eathan asintió— ¿Sigue encerrado? ¿Ha dado algún signo de volver en sí? —Mi amigo negó algo decepcionado.

—Fui a verlo, pero ni siquiera me levanta la mirada. Parece que está ido por completo, es un ente vivo, pero poco más. Come bien, duerme, hace todo lo que debe hacer con una rutina estricta, como si alguien lo hubiese programado para ello. Pero no he conseguido que me reconozca, puede que a ti te haga caso, eres mucho mejor que yo persuadiendo a la gente. —Me encogí ligeramente.

—Lo sé. Yo persuadí a todos para que vinieran a una guerra que no era para ellos, así que maldita la hora en la que decidí abrir la boca —dije con rabia.

Eathan rebufó y chasqueó su lengua. Se incorporó y se quedó sentado sobre mi cama, mirándome fijamente.

—En este mundo habrá miles de personas que no tienen ni la más remota idea de cuál es el peso que estás soportando sobre tus espaldas, Eirel. Yo lo sé, yo lo comprendo, te apoyo y lo haré hasta el último de mis días, ¿y sabes por qué?

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora