75. Negación

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Busqué a mi madre por toda la casa. Ni rastro de ella, de Arys, de Líomar o de Anna. Solo Gregör en la biblioteca, y para mi desgracia, Eathan en el gimnasio.

Al abrir la puerta y cruzar una mirada con él mi corazón quiso irse escaleras abajo, quiso perderse en la inmensidad del desierto de Save y no volver.

Mi amigo estaba golpeando un muñeco de entrenamientos con una ira desmesurada. No vestía nada sobre su torso, así que pude ver sobre su pectoral izquierdo tres arañazos negros, que brillaban ligeramente en un halo de poder amarillento. Un Smïthër...

Se me aflojaron las rodillas por un instante. Siguió propiciando golpes a ese mártir.

Me armé de valor. Entré en la habitación y desaté el cinturón de cuero negro que llevaba puesto sobre una camisa ancha, blanca. Ropa de Save, Eathan se dio cuenta de ello. Su puño rompió la madera del muñeco y me estremecí. Fuerza bruta, letal.

Retiró su mano del pecho de esa víctima, si hacia algo así, podría arrancarle a alguien el corazón del pecho sin dilación... Di un paso hacia él y levantó su mano, como advertencia para que detuviera mis pies. Fruncí el ceño y obvié su orden. Me planté frente a él y aparté el muñeco.

—Pensaba que ya te habrías mudado a tu palacio, Majestad —se burló. Le di un puñetazo en medio del pecho, lo detuvo con una rapidez sobrehumana—. Cinco días. Suficientes para que Gregör me haya explicado todo, y me haya enseñado a gobernar esto.

Su mano apretó mi muñeca, gemí de dolor. Marqué un golpe con mi otra mano, directo a su nariz, pero en el último segundo, cambié y le golpeé con mi rodilla sobre el abdomen. Lo cogí de improvisto.

—Te faltan cinco días más, entonces, para vencer a tu superior.

Sonreí con desaire. Di un rodeo junto a su cuerpo, cruzándome los brazos sobre el pecho. Se me entrecortaron las palabras, atropellándose unas a otras, preocupándome por él:

—¿Qué sientes distinto? ¿Cómo...? ¿Cómo estás...? ¿Te encuentras bien? ¿Quieres...? ¿Quieres hablar de...?

—No —me atajó en un gruñido—. Estoy bien. Más fuerte, más rápido, más ágil, mejor que nunca. No necesitamos hablar de nada, Eirel. Lo dejamos muy claro. —Bajé la mirada y afirmé.

—Demasiado claro. ¿Dónde están los demás? —Eso fue una orden, no una pregunta amistosa. Apagué mis sentimientos en ese momento, alejándolos de mí.

—En casa de Líomar, preparando su boda ¿No vas a preparar tú la tuya con tu Rey? —Otra vez ese tono, burlón, caustico.

—¿Para qué? Sin matrimonio me lo llevo igual a la cama.

Sentí ese latido duro, rasgado en su pecho y sonreí, mi mente celebro ver ese golpe. Deseaba ese puñetazo. Sentía una ira acérrima contra ese idiota. Lo ama, sí, y lo odiaba por ello. Ver como esa frase le dolía me hizo sacar la peor parte de mí y pensé: «¿Ahora duele? Pues te jodes».

—Me voy con ellos —anuncié—. ¿Vienes o te quedas a jugar a los potingues con esa bruja que te pasas por la alcoba?

—¿Solo con ella? No es la única —se regocijó.

—¿Quieres una medalla por ello, campeón? —pregunté.

Su cuello se tensó de más. Resollé, no deseaba eso en verdad. Era como ese perro que nota la tensión del otro y ataca antes, pero en verdad... Con todo lo que estaba pasando Eathan no necesitaba a su amiga pegándole puñetazos de esa forma... Intenté relajarme y empecé de nuevo:

—Eathan... Escucha, yo no... —Di un paso hacia él. Su rostro en un semblante frío e inexpresivo—. ¿De verdad es necesario golpearnos de ese modo? No quieres hablar, bien, no hables. Fue un error, bien, lo acepto. Pero dejemos las peleas para otros, nosotros seguimos siendo amigos. Esta rabia que ambos llevamos dentro no nos conviene a ninguno.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora