36. Pezuñas

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—Eirel, necesito que despiertes —dijo Eathan—. Vamos dormilona, tenemos que salir de aquí.

Entreabrí mis ojos poco a poco. No había apenas luz, más que la de un par de ventanitas largas y estrechas. Olía a cuadra. Había paja sucia en el suelo y mucha humedad. Las paredes chorreaban de la condensación. Hacía frío. Me froté las sienes con la mano y los ojos. Me dolía la cabeza. Levanté la mirada hasta poder observar el rostro de Eathan. Estábamos sentados en el suelo ambos. Él tenía el labio hinchado y con restos de sangre por el golpe.

—Estate quieto, te curaré esto —ordené.

—Uy sí, no vaya a ser que me mate un puñetazo. —Lo cogí por los hombros y le obligué a quedarse de rodillas ante mí—. Deja esto, guarda fuerzas para salir de aquí. Es un golpe.

—Como no te calles vas a tener que curarte una patada en los huevos. Es una tontería, pero si te golpean de nuevo sobre ella te noquearan antes ¿Olvidaste tus propias lecciones?

—¿Estas usando lo que te enseñé contra mí? Que rastrero.

Le centré el rostro hacia mí. Pasé mi mano sobre su mentón, recorrí su mandíbula y parte de su cara, hasta sanar por completo el golpe.

—Listo, hermoso como siempre —Ahogó una risita tenue y se levantó. Me tendió su mano y revisamos el lugar.

—Las paredes son de roca —dijo él—. Puedo romperla fácilmente, pero no sé dónde estamos —Miré por la ranura, esa pequeña ventana, buscando el ángulo.

—¿Un laboratorio? —pregunté sorprendida.

Había cinco o seis mesas llenas de instrumentos de laboratorio de química. Había vidrio en el que hervían sustancias raras, pasando la nariz por la ranura tuve que aguantar una arcada. Olía a cadáveres y agua estancada. Eathan se arrodilló ante mí, observando por debajo de mi mentón.

—Creo que nos tiraron droga de alguna forma, nos durmieron y nos trasladaron hasta este sitio. He escuchado que hablaban algo de un veneno. —Hice una mueca y bajé mi mirada hasta Eathan.

—Tenemos que encontrar la maldita vesícula, y aquí no avanzamos. Encima Leiko está fuera de esta celda.

—Puede que haya sido la merienda de un ogro —dijo él con guasa.

—Pobre ogro, que indigestión le espera —concluí en voz alta, exteriorizando lo que solo pretendía dejar en mi mente. La risita de Eathan me alivió.

—Vamos, hay que cogerle el punto, es inteligente y letal, lo tiene todo para ser amiga tuya. Sois idénticas.

—Somos completamente distintas —ladré.

—Oh, completamente antitéticas, solo os parecéis en que sois tercas como mulas, orgullosas, poderosas, inteligentes y preciosas —dijo él volviendo sus ojos al laboratorio.

—¿Así que ella te parece inteligente y preciosa? —pregunté con una ceja arqueada. Me miró incrédulo.

—Tienes oído selectivo, Eirel —sentenció.

Unos ojos de color cobre aparecieron por esa ranura. Ambos tiramos atrás. Empecé a replantearme si de verdad era buena idea lo de no derramar sangre. Puede que no nos dieran más opción. La puerta crujió un par de veces y yo me aferré al brazo de Eathan con la respiración entrecortada. La puerta era metálica.

Rasel. Mi encierro. Esa celda. Mi cuerpo. El dolor.

Contuve mi aliento, metí mi poder en el pecho, intenté contenerme, intenté alejarlo todo de mi mente. Las manos me temblaban, las mandíbulas castañeaban, toda entera me sacudía de ansiedad. Estaba bien, lo había superado, pero... esa celda. Esa puta celda de pronto sacó una diminuta parte de mí que aún estaba ahí. Que aun quería huir del cuerpo de ese hombre.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora