80. Compasión

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Subí a mi pequeña por las empinadas escaleras, y en un segundo perdí levemente el equilibrio. Una mano, fuerte y ancha, me sujetó por la espalda. Eathan.

Quise suspirar aliviada, pero se me había cortado el aliento. Mi amigo se aseguró de que manteníamos el equilibrio y subió los peldaños que nos separaban. Me pidió a la niña con un gesto para llevarla él.

—Trae, ya la acuesto yo... No voy tan borracho como tú.

—¿Perdona? Te has bebido asta el agua de los floreros —dije riéndome.

Le pasé a la niña, se la acurrucó sobre el pecho y besó su frente con ternura. Sonreí al verlos a ambos tan unidos. Acaricié la frente a la pequeña y luego miré a mi amigo y le susurré:

—Necesitarás ayuda para quitarle todas esas horquillas del pelo, y dudo que te avengas con las hebillas de los zapatos. —Eathan lo pensó por unos segundos y afirmó repetidamente.

—La verdad es que cada vez me lo complicáis más —murmuró con una mueca graciosa.

Subimos a la habitación de nuestra niña. Le quité los zapatos, me pelé con ellos, mejor dicho. Eathan se sentó con ella sobre la cama y yo me arrodillé cerca, para poder sacarle todas las horquillas que le había puesto mi madre en esa trenza, ahora casi inexistente por las horas que llevaba correteando por el salón.

Me llevaba los hierritos a la boca, sujetándolos, para tener ambas manos libres. Eathan me indicaba donde estaban algunos de esos metales rebeldes, escondidos entre los bucles de la melena rubia de nuestra pequeña. Luego la desnudé y le puse el pijama que usaba para dormir en casa de sus tíos. Entre los dos acomodamos a la pequeña, mullendo las almohadas.

Me levanté del suelo en un movimiento rápido y una de las peinetas se deslizó por mi melena. Cuando quise cogerla antes de que cayera, Eathan ya la había atrapado entre sus dedos. Con una rapidez asombrosa.

Sonrió con diversión, mostrándome ese adorno ante la poca luz que subía desde la escalera. Le devolví el gesto, admirando su nueva habilidad para cazar cosas al vuelo. Me la tendió y luché con ella para mantenerla en el mismo sitio que la otra. Me enredé un par de veces, forcejeando con mi pelo, y rebufé.

—Espera, trae...

Eathan me apartó la mano con cuidado, tomando la peineta entre sus dedos. Apartó el cabello de mi rostro, acariciándome la mejilla. Ese contacto me hizo aguantar la respiración. Él estudió la posición de la otra y murmuro:

—No puede ser tan complicado de poner. Aunque, me gustaría más despeinar que peinar esta melena...

Cruzamos una mirada voraz. Un latigazo que me tensó por completo todo el cuerpo. Intenté reprimir el subibaja de mi pecho, alterado por el tacto de sus manos sobre mi pelo, cerca de mi rostro. Ladeé mi cabeza para dejarle mejor el acceso. Él podía escuchar mi corazón, y estaba desbocado, loco a latidos, deseando que ocurriese algo que teníamos prohibido. Que jamás pasaría.

—Eso está mejor, ya lo tenemos. Estás preciosa, como siempre...

Puso la peineta en su sitio, y acarició mi mejilla lentamente, recorriendo con sus dedos el mechón que tenía sobre mi sien. Un paseo lento y cuidadoso, que seguía con sus ojos puestos sobre mí de forma devota. No podía más. Le atrapé la mano y rogué:

—Deja de hacer esto... Por favor... —Sus dedos se curvaron sobre los míos. Nos miramos de nuevo a los ojos y yo paré de respirar, ahogándome por los suspiros y los jadeos que no dejaba salir de mí.

—¿Dejar de hacer el qué exactamente? —Bajé la mirada, perdiéndola en los detalles de su coraza.

—Lo sabes perfectamente, Eathan. Damon me ama.

Escuché claramente como su corazón se detuvo, de forma dolorosa. El mío latía duro, rebelde, rogándome que no siguiera, pero me hice fuerte y seguí:

—Damon me ama y yo lo amo a él. No voy a hacerle daño de este modo. Tú tienes a Leiko, deja de... —Él me atajó:

—Eso no es amor, es compasión. —Levanté la mirada, pasando antes por encima de sus labios mis ojos. Los clavé en sus iris.

—Desfogar tu ira contenida llevándote a Leiko a la cama, no es amor, Eathan, y tú lo haces. No vengas a darme lecciones de cómo debo amar, o qué debo sentir por el hombre al que quiero. No tienes derecho. —Sus dedos se cernieron sobre mi mano, dolido. Me lo sacudí.

—¿Damon es el hombre al que amas? ¿De verdad? —preguntó frustrado.

—¿Leiko es la mujer a la que amas? —repliqué casi gritando en susurros contra su boca—. Yo hubiese luchado mil veces... Tú no. Te quiero, pero no de la forma en la que quiero a Damon. Eso es todo. Deja de hacerme sufrir de este modo.

Bajé las escaleras corriendo, casi tropezándome. Huyendo de ese lugar, de la tensión en mi espalda, en mi pecho, en mi cuerpo.

Lo nuestro jamás existiría, ya no. Yo lo amaba con locura, pero, yo ahora tenía a Damon. Si él me hubiese dicho lo que sentía mucho antes, si no hubiésemos sido un par de cobardes... Yo amé a Kayen y aunque me odiase por ello, si él me hubiese dicho antes que Kayen, e incluso después, lo que sentía, seguramente hubiese cedido por Eathan. Lo amaba, siempre lo amaría, pero... Damon era el ser al que quería a mi lado, y yo no podía apartarme de él por Eathan. De Damon no... De ese maldito Demonio mi alma siempre sería presa. Mi corazón sería suyo de un modo u otro, hasta el fin del mundo.

En el salón la gente bailaba, alegre, de forma distendida. Arys vio mi rostro preso de una mueca de contradicciones por ese encuentro, ruborizada e inquieta. Se levantó y me tendió su mano. Me llevó afuera, en esa mecedora, ese confesionario que ella tenía siempre listo para mí. Nos sentamos y me sonrió, acariciando mi rostro, y recolocando mejor la peineta que Eathan había intentado poner en su sitio.

—Mi amor, creo que no te encuentras muy bien... —Me miró a los ojos y negué. Me encogí, a su lado, rindiéndome, apoyando mi cabeza en su hombro.

—Eathan va a romperme a tirones... —Se sobresaltó. Me levantó el rostro hacia ella—. No dejaré de una parte lo que siento por Damon por algo que pasó en un momento confuso, del que apenas recuerdo algo. —Mentira, lo recordaba mejor que la palma de mi mano. Arys suspiró y miró al cielo, sonriendo.

—El verbo amar tiene muchísimas formas, y de todas ellas puedes encontrar un nombre de tu vida que se corresponde a cada una de ellas. Amar es lo más bello del mundo cuando amas a la persona correcta, y el amor es mucho más caprichoso de lo que creemos, y mucho más sabio de lo que imaginamos... —Besó mi cabeza y me acunó con ternura—. Sigue tu corazón, Eirel, es la única brújula que indica el camino hacia los brazos del amor de nuestra vida...

Damon apareció apoyado en el arco de la puerta de entrada a la casa de mis amigos. Me sonrió con sinceridad y se acercó a nosotras.

—¿Cansada a estas horas, mi reina? —Asentí un poco. Él miró a mi amiga—. Deseo que tengáis una vida feliz y plena, y muy larga, pese a ser mortales.

Arys enarcó una ceja algo confusa, pero agradeció sus palabras con un leve movimiento de cuello. Damon me tendió la mano y sus dedos acariciaron los míos. Damon bajó levemente su torso hasta mis ojos cuando preguntó en un suspiro.

—¿Nos vamos?

—Sí, por favor... —Le apreté la mano y lo dejé envolverme en un portal.

El aire se llenó de especias y jazmines. Bajo mis pies, Reguina. Estábamos en esa torre, en lo alto de nuestra ciudad, observándola desde ese pedestal, lo magnificente que era, lo bello que tenían sus luces a plena noche.

Damon permanecía de pie a mi lado, observando esa peineta levemente torcida, como si supiera exactamente quién la había tocado. Entrelacé sus dedos con los míos, en una desesperada maniobra para desviar sus ojos de esa joya de mi cabeza.

Giré mi cuello sobre mi hombro y apoyé mi mentón en él. Un beso suyo sobre la sien me arrancó un suspiro. Me acarició los tendones del cuello, estirados, con sus yemas y levantó mi rostro hacia sus ojos negros, que chispearon de dorado brillante, en rayos leves, para sacarme una sonrisa. No tuvo éxito. Su mirada entristeció, hasta estar en sintonía con la mía, melancólica, rota...

—¿Quién te ha herido de esta forma para no querer ni sonreírme? —preguntó en un halo de voz. 

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora