29. Pesadillas

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En un tambaleo aparecimos de nuevo en la biblioteca. Estábamos agotados. Las trampas habían menguado nuestras fuerzas. Más las de Eahtan y Leiko que las mías. Gregör se sentó de nuevo frente al mapa. Nos escrutó con la mirada. Intentaba reflejar calma y sosiego, pero notaba la ansiedad en su mirada. Buscaba la vesícula.

Pedí a Eahtan que nos dejaran solos. La brujita se evaporó y mi amigo se fue con sigilo. Me senté en la punta de la mesa, en mi silla. Nos quedamos en silencio por unos minutos, observando el mapa.

—Eminencia... ¿Habéis dado con la...? —Abrí mi mano hacia él. Sus ojos se vidriaron de emociones.

—Era de vuestra hermana, Verog. No me la querían dar al principio, pero... La he podido conseguir... Haciéndome pasar por Diosa. —Me miró sorprendido—. Creo que ambos tenemos una eternidad por delante Gregör. —El hombre dejó la perlita sobre el mapa.

—¿A caso comprobó lo que le advertí? —Asentí— ¿Por eso recuperasteis de una forma tan excepcional vuestro poder? —Me revisó atentamente y se le iluminó la mirada—. Es una maravillosa noticia. Eso confirma mis suposiciones, sois prácticamente un Dios sobre la tierra, eminencia. Poder entrar en el templo requiere de sangre divina, si vos habéis accedido a él significa que.... —Lo frené con las manos y le pedí calma.

—Soy inmortal —lo atajé—. Al menos, eso creemos, pero ni por asomo soy un dios, y, ni por asomo pretendo serlo. —Se relajó sobre su silla—. Debo agradeceros los consejos que me distéis, teníais razón hasta la última palabra, hasta acertasteis lo del Carbinium. —Se mostró modesto y sonrió.

—Es mi deber, Excelencia, debo ser un vigía de vuestra salud y de vuestra consciencia a partes iguales. El sendero que os deparó el destino no es fácil, pero es claro si os dejáis guiar. —Me miró con atención. Entrecerrando sus ojos—. Os inquieta algo más el alma, ¿De qué se trata? —Dudé por un instante...

Pensaba en ese rey demonio en realidad, en los días que hacía que no sabía nada de él tras nuestra disputa. Yo había estado demasiado ocupada con mis cosas y él no se había presentado para nada...

—He tenido una pequeña discrepancia con Damon... No tenemos los mismos puntos de vista sobre algunas cosas. —Asintió y sonrió mientras devolvía la mirada en el mapa.

—No hay en el mundo dos amantes con el mismo pensar. El amor es bello porque rompe barreras que algunos creen insalvables, entre ellas, las propias creencias. —Me miró de nuevo—. Las discrepancias no son problemas si florece el amor entre las grietas que estas generan ¿Es así con ustedes? —Me encogí de hombros.

—Supongo que sí... Solo es que... Hace unos días que no sé nada de él. —Rebufé y me froté el rostro—. No me gusta que las discusiones terminen cortantes, sin llegar a un acuerdo firme, sin dejar claro que nos hemos entendido el uno al otro... —Levantó una ceja.

—¿Por entendido, comprende usted que le otorguen la razón en el conflicto? —Negué rotundamente—. No hay problema, un mínimo desencuentro no rompe el hilo del amor. —Lo miré curiosa—. ¿No conoce el hilo del amor? Es una leyenda muy antigua, tanto como lo son los dioses. De ella se dice que todos tenemos un ser amado, atado a nosotros por un hilo, algunos románticos, dicen que es rojo, otros, simplemente un hilo de lana blanca. Este hilo es tremendamente fuerte, y se va desenredando de los demás a cada decisión que tomamos, para, al fin, juntar a ambos extremos, a dos corazones que nacieron para amarse.

—Que leyenda tan hermosa... —Suspiré y sonrió.

—Yo creo que no hay un solo hilo, Excelencia. —Enarqué mis cejas—. Creo que, si los dioses nos dieron un corazón tan grande, no fue para ser hogar de un solo ser a lo largo de nuestra vida, porque, al igual que con las armaduras, hay que probar algunas para saber cuál es la adecuada.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora