71. Miénteme

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Axel había orquestado un seguido de creaciones, usando la naturaleza de sus padres, usando las sustancias, usando todo lo que podía, porque de algún modo, y de forma desesperada, él pretendía crear algo fuerte, un monstruo capaz de enfrentarse al mundo solo, y vencerlo.

Pasé horas entre apuntes, notas, libros, palabras sin sentido, afirmaciones vagas y erráticas de verdades que yo ya conocía, tales como: «Los demonios no tienen capacidad de sentir». No era cierto, sentían, pero tenían la capacidad de apagarlo.

Esos volúmenes definían a los Smïthërs como: «Seres maléficos, retorcidos, de grandes garras y colmillos». «Inmortales y astutos, faltos de sentimiento, lealtad, y respeto hacia otras formas de vida». «Lobos desolladores, sedientos de sangre inocente». «Monstruos despiadados de poder inalcanzable a la imaginación más amplia».

Cerré esos tomos con rabia e ira contenida. Racismo, en cada maldita página, como con los Reinos Ancestrales, como si los seres distintos a los Eldas fueran todos unos salvajes sin alma que merecían ser capturados, torturados y asesinados como bestias.

Mi lado humano, mi lado más amable me impedía caer en esas definiciones. Sabía que, de la primera coma hasta la última, esos tomos estaban llenos de falsedades, de prejuicios, de estupideces tan grandes como el Balakän.

Conocía Brujos, Demonios, Eldas, Nömos, e, incluso, malditas Slekyes, con más benevolencia que muchos de los Eldas que tenía el infame honor de conocer, dígase el General Barack, por poner un ejemplo odioso.

Arys llamó a mi puerta. Miré por la ventana, era media tarde. Llevaba el día entero metida en ese agujero.

Entró en la estancia con su barriguita al aire. Vestida con una falda larga y un top cortito, para soportar mejor el calor. En sus manos sostenía un platito con un par de tostadas con queso y carne ahumada, y un vaso con zumo de moras rosas, suspiré al verla, y mis tripas la saludaron con un ruido sonoro al llegar a mi napia el olor a comida. Mi amiga me tendió ese manjar.

—Por un segundo Líomar creyó que te habían dejado en el desierto —comentó mi amiga sentándose en el sillón levemente reclinada. Ahogué una risita.

—Gracias por traerme esto —dije tomando un bocado de la tostada.

—Llevas horas metida aquí dentro. Como General tuyo que soy, te ordeno que salgas de este despacho y dejes todo esto por un rato.

Me recliné sobre mi silla, poniendo los pies sobre la mesa, al igual que hacía mi padre. Me estiré, adolorida aun de mis heridas y golpes y por el cansancio acumulado, sostuve la tostada con los dientes, sin perder bocado.

—Señorita General, debo estudiar a fondo estos documentos. Además, me gusta este sitio —afirmé. Arys hizo una mueca y lo miró con desdén.

—¿Estar rodeada de libros más antiguos que Gregör y de ácaros que seguramente sean también de su misma edad? Te van los viejos, eso lo sé, te llevaste a Damon a la cama y es medio fósil.

Me atraganté con el zumo y me puse a reír. Ella me siguió. Ese comentario me arrancó una risotada que agradecí tanto en ese momento... Estaba saturada, necesitaba esa pausa.

—Para ser un fósil, no está tan mal... —murmuré con picardía.

—Oh, seguro que no. Experiencia tendrá de sobras, aunque hay machos que ni con una eternidad aprenderían a complacer una dama —espetó ella. Hice una mueca.

—Creía que Líomar... —empecé. Ella se sobresaltó.

—Líomar se ha dejado instruir con gusto y ha aprendido con nota. Hubo otros. He tenido otros —cabeceé repetidamente, sorprendida y orgullosa a la par—. Hablando de otros. —Mi amiga miró por la ventana—. Eathan preguntó por ti.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora