34. Cotidianidad

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Me senté en las escaleras de mi casa, antes de entrar. Las noches empezaban a ser veraniegas, se escuchaban grillos, y animalitos del bosque. La luna llena coronaba toda la cúpula celeste con su resplandor.

El bosque oscurecía y se cubría de sombras inescrutables con la mirada. A mi llegada a Eralgia, pasear entre esos árboles hubiese sido un suicidio, en ese momento, un alivio. Era consciente de mi poder y mi fuerza. Ya no era la niña asustada que había llegado hacia apenas un año. Y que año...

Parece imposible, que la vida nos de la vuelta de ese modo. Que todo lo que jamás hubieses imaginado, se haya vuelto en tu cotidianidad ahora. Que todo aquello pasado, se quede en lo banal, en simples recuerdos difusos de lo que fue un día tu vida. Parece surrealista como nos adaptamos a los cambios, como nuestros ser se vuelca en sobrevivir como sea ante la adversidad.

Apenas recordaba cómo era vivir en la Dimensión Humana, pese haber estado en él tanto tiempo. Apenas recordaba el sonido de un motor de coche, o de una cafetera. Había olvidado hasta la contraseña de mi correo electrónico, por no decir, la de mi teléfono.

Todo se había quedado atrás, como si en ese año, Eralgia fuera mi única vida, como si todo el resto hubiese desaparecido. Supervivencia, eso era la prueba de lo fuerte que es nuestra mente, sin que tengamos la más mínima idea.

Entré en casa, olía a hogar, a comida de la buena para cenar, olía a familia... Dejé mis cosas sobre la mesa de mi escritorio y me fui hasta la cocina, a ayudar a la Señora Fabyä a terminar de ultimar la cena.

Cenamos todos juntos, como esa familia que éramos, tras eso, una larga sobremesa. Hablamos sobre Caín, sobre Kayen, sobre Axel, sobre la Alianza... Y me hizo bien. Mis chicos parecían igual de preocupados que yo por todos esos temas, no estaba sola, jamás lo había estado. Recogí todas mis cosas y me fui a darme un baño. Necesitaba estar sola, pensar.

Me desnudé frente al espejo y revisé mi cuerpo. Tenía algunas cicatrices pequeñas, en mi abdomen y en mi espalda, que estaban justo en la zona donde me había sacado Damon el Carbinium. Acaricié mi cicatriz, la que me había quedado tras absorber el orbe. Suspiré rendida. Me miré y forcé una sonrisa, intentando animarme a mí misma.

Observé mi muñeca, en ella todavía podía verse es cicatriz, cuando intenté quitarme la vida. Esa marca no se iba, por muchas veces que me curase, por mucha sangre de demonio que tomase, pese a ser inmortal, no remetía.

Era como si mi propio cuerpo se obligase a recordar, se obligase a ser consciente de lo que pasó en esa celda, de lo fuerte que puedo llegar a ser, pero, también de lo débil que fui.

Salí del baño envuelta en una toalla y escuché un silbido provocativo. Levanté los ojos y encontré a Damon tumbado sobre mi cama. Me apreté la toalla, algo asustada al verlo así. Iba vestido íntegramente de negro, con su camisa de seda, arremangada hasta los codos y algunos botones desabrochados. Rebufe y le sonreí.

Me devolvió la sonrisa, picara y provocadora y se levantó de la cama, como ese gato que se prepara para atrapar a su presa. Me besó apasionadamente y me apretó contra su cuerpo, asiéndome con fuerza. Me separé de él ligeramente.

—Robert me ha comentado que estás algo baja de ánimo, así que... —Me apresó de nuevo, seduciéndome con sus encantos—. Vengo a subírtelo... —Me besó en el cuello y ronroneó en mi oído.

—No estoy muy de humor... Estoy agotada, necesito descansar... Solo eso. —Me fui hacia la cama y me vestí mientras Damon no se perdía detalle—. ¿Qué tal tu reinado? ¿Algún Demonio se hace el difícil frente a la posibilidad de tener media Eralgia metida en su país?

—No tanto como usted, señorita Kashegarey... —Se acercó de nuevo a mí cuando estuve con la camiseta puesta y me abrazó por la espalda—. Parece un ratón asustado huyendo de un gato. —Me giré ligeramente.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora