Corrí. Olvidé la pierna destrozada, el brazo medio roto, el cansancio... Corrí como si fuera la última vez que podía hacerlo. Me tiré a su lado y lo levanté hacia mí, quejándome de mi dolor y alejándolo.
—¡Eathan! ¡Eahtan! —lo sacudí.
Imité a Líomar: le saqué el agua de los pulmones, intentando arrastrar todo lo que había tragado, todo lo que lo había ahogado. Nada. Lo dejé plano sobre el suelo.
—¡Eathan por Dios! ¡Abre los ojos, idiota! —Le palmeé el rostro.
Líomar se tiró a nuestro lado. Le abrí la coraza, arrancándosela del pecho con fuerza. Necesitaba que no lo oprimiese nada y acceder bien a su piel. Puse una mano sobre la otra, necesitaba recuperarlo, y la sangre de Damon no hacía nada con él.
Recuperé lo poco que había aprendido en las clases de biología del instituto y empecé a presionar su esternón, de forma firme, repetitiva, siguiendo el ritmo de una canción pegadiza en mi mente. Implorándole a Escolapio que me ayudase.
—¡Vuelve a mi lado! ¡No puedes irte de este modo! ¡Me escuchas! ¡No puedes irte así! —Mi voz era un hilo fino de gritos, voceos casi ininteligibles, acompasados con mis movimientos.
Llevé los labios sobre su boca y le insuflé aire. Varias veces. Volví a empezar. Seguí reanimándolo, mientras le gritaba que se quedase conmigo, que no se fuera de mi lado, que lo necesitaba.
Llegó un momento en el que se lo gritaba, pero por mi boca no salía palabra alguna. Se lo gritaba con el corazón. Mi alma le estaba rogando a su alma gemela que se quedase a su lado.
Entonces, como un milagro, cogió una bocanada de aire, y tosió. Se me aflojaron los hombros. Tosió por unos segundos. Me dejé caer a su lado, mirando al cielo, respirando agitada. Muriéndome a su costado por sentir que por un segundo lo perdía.
Líomar suspiró aliviado, intentando levantarlo. Seguía tosiendo, y de pronto paró.
—¿Eathan? —preguntó Líomar. Unos segundos de espera...—¡Eathan!
El grito del Protector del Agua me obligó a incorporarme de golpe. No había recuperado el conocimiento, se me cortó el aliento. Edward se acercó y revisó el cuerpo de mi amigo poniendo su mano en el pecho ancho de Eathan.
De pronto apartó la mano. Edward empezó a respirar agitado, dudó y lo giró levemente, observando una zona cerca de sus costillas flotantes, en la espalda. Me miró de golpe, con pánico en sus ojos negros.
—No... No por favor... —El brujo se dejó caer al suelo. No entendía nada.
—¿Qué le pasa? —preguntó Yarel, buscando arropar a su chico.
Damon se plantó tras ellos, escuché el corazón del demonio, se detuvo por un latido. Levanté los ojos hacia él al percibir ese cambio, y encontré su mirada, vacía. No comprendía qué estaba pasando, qué habían visto.
Atrapé la cintura de Eathan con mis manos y lo giré hacia mí. Miré la espalda a mi amigo... Y lo ví, un aguijón negro hundido en su cuerpo. Un rejón que le consumía la carne, lo carcomía en un humor oscuro, verdoso. Damon me miró, sin saber cómo decirlo. Leiko se le adelantó:
—El aguijón de una Cecaelia. Está muerto.
La bruja no mostró emoción alguna. Negué. Arranqué ese colmillo negro de la piel de Eathan. Lo acerqué a mis rodillas, me doblé por encima de él, poniéndolo de costado, abrazándolo y protegiéndolo bajo mi cuerpo.
—Puedo curarlo —murmuré—. Puedo salvarlo, no es tarde.
Damon apoyó su mano sobre mi hombro, intentando decirme que no, que se acababa ahí. Me lo sacudí de encima y chillé:
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ERALGIA III, La Alianza
FantasyTERCERA PARTE Estar muerta no es agradable, lo he comprobado. El Balakän era el escondite de Axel, nuestro tablero de juego, y yo, como Reina iba a tumbar ese falso Rey. No esperaba que ese viaje que emprendía fuera a rebelarme la belleza que escon...