31. La Alianza

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Se hizo un silencio tenso y vi como Yarel le sostenía con firmeza una de esas miradas que Damon lanzaba con toda la intención de matar la moral de aquel que osara mirarlo a los ojos. Arqué una ceja al ver ese gesto. El Rey de Eralgia tomó la palabra.

—Permitidme que os presente a mis consejeros, Lord Rogöbert Van Dercher, mi asesor militar y el capitán de la Guardia del Rey.

La policía de Eralgia. Tropas fijas que controlaban fronteras, cobraban tributos y mantenían como buenamente podían el orden.

Había visto a ese hombre en algunas reuniones fugaces, no se caracterizaba por tener precisamente buen carácter. Era más bien desconfiado, lejano y tajante cuando hablaba. Su piel oscura, como la de Edward, hacia que en sus redondas mejillas su poblada barba blanca resaltase.

Su bigote estaba tintado por el humo del tabaco que fumaba en una pipa de arcilla, ennegrecida por los años de uso. Su cuerpo era redondo, grande, el fajín rojo de su uniforme militar apretaba sus pieles, el azul rey que vestía parecía estar asfixiándolo. Ni una sola de sus pestañas se movió para mirar a Damon o a alguno de los demás.

Yarel miró al segundo hombre que lo acompañaba, otra cara conocida para mí, un señor algo más joven que Lord Rogöbert. Sin un solo pelo cubriendo su cabeza o su rostro a excepción de dos gruesas cejas negras.

Su piel rosada se encontraba manchada y arrugada por los años, flácida en sus mejillas, delgadas y palidecidas por la falta de luz sobre ellas. Sus ropas recordaban a las túnicas que vestían los Ancianos del Concejo, así que, supuse que también formaba parte de esa cámara.

Era un hombre astuto, sus ojos color miel tintineaban esa inteligencia que sabía que tenía. Eso era lo que carcomía a Damon, la astucia de Eralgia. Yarel sonrió a su izquierda.

—Lord Trodryck Javer, mi mentor de niño, mi gran consejero de Rey.

Se lanzaron una mirada cómplice y a mí se me quebró un latido al recordar esa misma mirada cuando yo la cruzaba con Arbenet o Caín. Yarel sonrió y la luz golpeó su corona dorada. Él siguió con su ponencia, tomando las riendas de la conversación de forma diligente y segura:

—Gracias por venir a esta reunión, es un orgullo para mí poder hablar de algo tan importante hoy. Hemos tomado las libertades de pensar algunos términos para esta Alianza, beneficiosos para ambos, puede que más aun para Save. Queremos unir nuestros países como hermanos.

Edward desplegó con la magia un par de papeles grandes y largos, escritos con una caligrafía impoluta, en los que, por supuesto, ya brillaba la tinta azul del sello del Concejo de Ancianos. Eran dos copias idénticas, hechas para ser expuestas, sin duda. Damon tomó el papel entre sus manos, con esa enorme caligrafía podía leer hasta yo lo que ponía, carraspeó y leyó eso en voz alta.

«Acta de constitución de La Alianza.

En cumplimiento de los acuerdos pactados de palabra durante las Guerras por la Liberación de Save, se reúnen de una parte, el Excelentísimo Rey de Eralgia, Yarel Austrygög, y de la otra, el Ilustrísimo Damon Abygör, Rey de Save. En presencia de tres testimonios propios de cada parte se acuerda:

1.El armisticio irrompible entre ambas naciones. La violación por alguna de ellas de tal máxima condenaría a esta a la rendición total y a la entrega de la mitad de su territorio a la nación ultrajada.

2.El libre comercio de mercancías. De todas las naturalidades, a excepción de: venenos, seres peligrosos, sustancias estupefacientes y demás productos catalogados como prohibidos en Eralgia.

3.La supervisión estricta y continua por parte de uno de los Ancianos del Concejo de Eralgia sobre la alcaldía de Reguina, capital de Save por no menos de cincuenta años.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora