Lo que se movía de más era el barco, no era mi mareo. La madera crujió, como si algo hubiese apretado el casco del galeón entre sus manos, una nuez en la mano de algo terriblemente fuerte. La madera se quejó de nuevo, como si el navío pidiese auxilio, o nos advirtiera de lo que venía a continuación.
Perdí el equilibrio, Eathan junto a mí, nos balanceamos y caímos en un rincón de cubierta. Mi amigo me rodeó con sus brazos, parando el golpe contra el suelo con su cuerpo. Ambos gemimos de dolor al chocar con la madera del barco. Mierda. Conocía esa aura de poder. Damia.
Protegí a Eathan, poniéndolo detrás de mí. Manteniéndolo cerca de mi mano, en mi espalda, para defenderlo de ella. Líomar se acercó, y miró mi brazo, todavía sangrando.
—¿Qué demonios es esto? —preguntó él.
Edward aguantó una arcada, mareado y se aferró a Yarel. Nos arrinconamos cerca de la puerta de la cabina del capitán. Miré a todas partes. Leiko se aferró al pomo de la puerta, como si quisiera entrar y desvanecerse en esa estancia o directamente, abrir un portal y desaparecer de ahí.
—¡Es la hija de puta de la sardina esa! —chilló la bruja.
Eathan intentó llevarme detrás de él, cubrirme, y no lo dejé. Busqué la mirada del brujo, y ordené:
—Edward, llévatelos. Me quiere a mí, y no va a poder matarme, así que, llévatelos a todos.
—No, ni se te ocurra, yo me quedo. —La voz de Eathan me aflojó las rodillas, lo miré por encima del hombro—. No voy a negociar esto, Eirel, me quedo.
—Yo también. —Líomar se plantó a su lado y miró hacia el mar—. Sea lo que sea lo que nos aceche, no vamos a dejarte aquí.
—Lealtad, por encima de todo, por encima de nuestra vida. —Yarel se añadió. Me giré hacia proa.
—Estáis locos. Los tres. —Eathan se puso a mi lado.
—Empezaste tú con tus ideas, cabezota —apuntó mi amigo.
Sonrió mirándome de soslayo, empuñó su espada y me cubrió el flanco en el que mi brazo estaba herido, cubriendo mi lado débil. Hubo un balanceo muy fuerte hacia un lado, nos hicimos una maraña de cuerpos, sosteniéndonos los unos a los otros.
Damia apareció en proa, subiendo con dos larguísimas piernas, enfundadas en pantalones ajustados, que recordaban a los colores de su cola de sirena. Chasqueó su lengua y nos miró a todos con una sonrisa airosa, como si hubiese ganado esa batalla.
Con su dedo repasó la barandilla de estribor y chupó la sangre del Leviatán. Tras ella, el barco se sacudió al encaramase en él sirenas, tritones y cecaelias, todos armados con arpones, tridentes, espadas. La Reina revisó sus uñas.
—Sabía que eras estúpida, pero, me has sorprendido.
Me calvó sus ojos plateados, sus aceros sobre los míos. Levantó el mentón con un gesto triunfante, yo hice lo mismo. No iba a darme miedo.
—¿Creías que te dejaría escapar con la vesícula de Luereth? Agradezco el favor de sacarla por mí, me daba pereza tener que luchar contra esa bestia. —Di un paso hacia ella y ella otro hacia mí.
—Olvídate de la vesícula, ya es mía, y voy a destruirla junto con las demás, Damia. Baja de este barco, ahora mismo y piérdete. —Ella obvió mi advertencia y miró a Yarel con desprecio.
—¿Así que somos entes inferiores, majestad? —Miró a todos, repasándonos con sus ojos—. ¿Y si os enveneno hasta la última gota de vuestras aguas? —preguntó ella con una amenaza.
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ERALGIA III, La Alianza
FantasyTERCERA PARTE Estar muerta no es agradable, lo he comprobado. El Balakän era el escondite de Axel, nuestro tablero de juego, y yo, como Reina iba a tumbar ese falso Rey. No esperaba que ese viaje que emprendía fuera a rebelarme la belleza que escon...