49. Tensión belica

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Observé desde su izquierda como Damon saludaba uno por uno a una decena de seres de múltiples formas. Todos ellos ácidos, cáusticos en cometarios sobre su postura, sobre su poder, sobre mí. Dejé que Damon hiciera su labor como Rey, dejé que mostrase sus dientes a aquellos que osaban posar sus ojos sobre mí más de dos segundos. Lo dejé protegerme esa vez, porque no me sentía con la fuerza suficiente para contestarlos a todos por mí misma.

En pocas ocasiones me atreví a despegar los ojos de los cuerpos de esos seres y a mirar al vulgo. Se me retorcía el estómago cuando lo hacía. Esas criaturas eran espeluznantes, diabólicamente intrincadas en cuerpos pérfidos, lejos de ser lógicos.

La belleza que había visto en las calles de Reguina con esos Demonios inferiores era embaucadora, pero ahora encerrados en esa sala oscura, todas esas criaturas tomaban ángulos horrendos. Sin las luces de la ciudad, sin la calidez del aire abierto...

Damon me cogió de la mano con sutileza, a modo de invitación. Había terminado de recibir esos seres, por fin. Giró hacia su trono y me ofreció su brazo. Pasé mi mano sobre sus dedos antes de aferrarme a su antebrazo con mi codo.

Rozó de nuevo mi cuerpo bajo la tela, en ese movimiento lento que me calentó el cuerpo. Cruzamos una mirada, él encontró mi mejilla con sus labios, un beso casto sobre el que me susurró:

—Tengo sueños lúbricos en los que te veo desnuda sobre este trono, mi reina...

—Puede que yo te desnude a ti, mi rey... —respondí en un murmuró.

Su sonrisa se ensanchó. Subimos un primer escalón y levanté mis ojos hacia ese asiento, te cortaba la respiración. Con cada peldaño de más, con cada paso de menos hacia él, te robaba el aliento. Mi poder estalló de nuevo por los nervios, y crujió la sala.

Una sonrisa traviesa asomó por los labios de mi acompañante. Damon soltó mi brazo y sostuvo mis dedos, entrelazados con los suyos en un gesto por apaciguar mis nervios.

—Siéntate tú en él —ordenó.

Negué ligeramente mientras volvía a recoger mi poder en mi pecho, como una sábana envuelta en mil retorcimientos.

—No voy a ocupar tu lugar, no quiero tanto protagonismo. Prefiero desaparecer de aquí —gruñí entre dientes. Nerviosa.

Con su mano recorrió mi espalda, hasta la lumbar. Uso ese contacto para empujarme suavemente hacia él. Nos plantamos frente al trono. Casi le rogué con una mirada que no me hiciera sentarme ahí frente a esa muchedumbre.

—Eres tan digna como yo de él. No voy a permitir que te vean como algo inferior a mí, así que pon tu precioso culo sobre ese cojín. —Empujó mi cuerpo hasta plantarme frente ese asiento—. Puedes pensar que es mi cara si eso te relaja —me susurró sobre el cuello.

—¿Después de haber besado a diez monstruos con esa boca? No gracias —Mató una risita en sus labios y me dejó plantada frente al trono.

Se sentó sobre el gran reposabrazos de la derecha, reclinándose sobre el respaldo. Dejó libre la parte del asiento para mí. Rogué con una miradita de conejo muerto, solo obtuve una sonrisa burlona en respuesta.

Me giré hacia la multitud ¿Quería Reina? Tendría Reina.

Dejé que mi cuerpo encontrase la calidez del tapiz sobre la espalda al sentarme. Sintiendo cada maldito centímetro de ese trono sobre mi cuerpo. Saboreando el roce de mis manos sobre el diamante pulido y el oro, fríos, brillantes.

Me inundó el cosquilleo del poder, eterno e inmortal. Un torrente reseguía mis venas como un barranco desbordado. La sala estaba muda, el mundo estaba callado. Yo miraba mis manos, mis piernas posadas en ese lugar.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora