9. Tragos

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—No podemos luchar contra algo que ya está escrito, no te castigues más por lo que pudiste haber hecho, o por tu culpa, no es esa la forma en la que debemos despedirla, Arbenet se merece todas las sonrisas que nos regaló de vuelta... —Asentí entre lágrimas— ¿Recuerdas el día que de niños nos riñó por comernos las galletas a escondidas?

—Ella nos dijo que debíamos pedirlas, que no éramos ratones —añadí en un susurro. Eathan se puso a reír y me contagió ligeramente su risa. Levantó su vaso hacia Arbenet

—Por eso, te mereces este trago... —Su mirada entristeció. Ambos bebimos.

—Cuando era pequeña solía regañarme cuando llegaba a casa llena de hojas y barro y siempre me preguntaba si había estado contigo y con Khäi... Aun así, ella siempre me decía que jamás me separase de ti... Como si pudiera yo hacer algo semejante, separarme de ti. —Chasqueé mi lengua—. Antes se congela el Infierno...

Cruzamos una mirada fugaz, furtiva. Contuve mi pecho, el latido entrecortado que seguía esa afirmación. Suspiré y confesé:

—Me siento mal por llorar así por ella, pero, me han arrancado una parte de mi alma... —Eathan asintió y me acarició la rodilla, reconfortándome con una sonrisa.

—Arbenet siempre fue una segunda madre para ambos, yo la he llorado mucho —admitió—. Me siento culpable, de no haber podido hacer nada más por ella, de no haberla salvado. Pienso en ella, y en su sonrisa, en sus abrazos y sus caricias, en lo mucho que nos quería... —Eathan miró a mi mentora y le sonrió—. Recuerdo las veces que nos pegó una buena bronca, o nos castigó a ambos sentados en las escaleras ¿recuerdas? —Confirmé eso con un ladeo rápido de mi cuello.

—Cada vez que veía que nos peleábamos nos obligaba a sentarnos a cada uno en una esquina de las escaleras, hasta que el aburrimiento nos obligaba a reconciliarnos. —Eathan ahogó una sonrisa.

—Siempre terminaba cediendo yo, tú jamás bajabas del burro. Eres una cabezota de mucho cuidado. —Se puso a reír a carcajadas y yo me sonrojé.

—¡Eso no es cierto! Casi siempre Arbenet nos ayudaba a llegar a un acuerdo, no soy tan cabezota. Idiota... —Crucé mis manos sobre mi pecho falsamente ofendida y de repente miré a Eahtan.

Tenía una mirada en el rostro que hacía tanto tiempo que no veía... Con esa preciosa sonrisa, la más bonita del mundo entero, la más tierna y sincera, de esas que te reconfortan el alma.

Él reía ampliamente, sujetándose el pecho. Yo estaba completamente absorta en él, en lo mucho que había cambiado ese niño con el que jugaba de pequeña, y lo poco que había cambiado el amor que sentía por él en todos los años que me había alejado. En lo bonito que era tenerlo cerca, de ese modo. En que había vuelto de la muerte solo por Anna, y por él...

—Por un segundo he vuelto a ver a mi Eirel... —Salí del trance y nos quedamos mirando a los ojos—. Has pasado por tanto en este maldito lugar que apenas recuerdo como eras antes de que el dolor te modelara a su gusto. Ojalá tuviese el poder para devolverte la alegría que tenías antes... —Sonreí con ternura y me acerqué ligeramente a él. Le acaricié el rostro.

—Ya tienes ese poder, Eathan, siempre lo has tenido... Solo tú me devuelves la alegría a ratos como este, solo tú podrías hacerme sonreír con el cuerpo de Arbenet frente a mis ojos. —Me hundí en la inmensidad de esos ojos verdes. Eathan me tomó la mano entre las suyas.

—Siempre voy a estar a tu lado, lo sabes de sobras, Eirel. Arbenet debería ser enterrada pronto, tener su cuerpo aquí no es bueno para nadie... Por mucho que nos parezca que nos ayuda. Es mejor guardar sus recuerdos, recordarla en sus mejores momentos. No es bueno quedarnos con esta imagen de ella en la cabeza...

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora