30. Bandos

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Hay una sensación de presión muy concreta que aparece cuando sentimos que hay algo malo cerca. Es un instinto básico, como el de ese conejo que arranca a correr sin ver a su verdugo.

Hay algo dentro de nosotros que sabe cuándo algo está fallando, incluso sin que seamos conscientes, esa corazonada, ese latido a destiempo que te hiela la sangre, que te paraliza para advertirte de que debes correr.

Ese latido me perseguía, y lo peor, era que no sabía en qué dirección correr. Es entonces cuando aparece el miedo, la frustración, el desasosiego, cuando tu propio cuerpo sabe que tienes cerca al cazador.

Me apoyé al cabecero de la cama, con Anna dormida en mi regazo. Acaricié su cabello con devoción, apartando de mí las horribles imágenes que tenía metidas en la mente. Eathan abrió la puerta con los dos vasos en las manos, tras cerrar con cuidado se acercó y me tendió una. Chocó su vaso con el mío y se sentó al otro lado, después de rodear la cama en un par de brincos.

—La he puesto hasta arriba de miel —informó—. Ayuda a dormir...

—Gracias... —murmuré tomando un sorbo. Apenas notaba el sabor de las hierbas, la había saturado de miel.

—Yo también tengo pesadillas últimamente... —confesó él observando su infusión—. También sueño contigo, muerta... Pero no es del futuro, es del pasado... Damon te sostenía entre sus brazos y... Tú no respirabas... —dijo en un aliento.

—Siento haber hecho eso... Sé lo mucho que sufristeis todos por mi estupidez... Pero si no hubiese actuado...

—Lo sé. Debías hacerlo según tu criterio, y lo respeto, pero... Iba a morirme. Te juro que sentí que mi corazón se estaba deteniendo... —afirmó sin mirarme aún. Relajé mis hombros y suspiré enternecida.

—Eres la mitad de mi alma, Eathan Monkvertk.... —musité con cariño—. Yo volví de ese lugar porque pensé que no podía dejarte solo, ni a ti ni a ella —dije acariciando a Anna—. Yo no me rendiré jamás si estáis vosotros esperándome en el otro lado...

—Podría decir lo mismo... —replicó él con una sonrisa— ¿Estás mejor? —quiso saber. Afirmé y aparté el vaso vacío. Me acomodé junto a los dos y él me dejó un beso sobre el cabello tras decirme:— Eres la pieza que mi alma necesita para funcionar, Eirel Kashegarey...

Agradecí al Dragón la inmensa suerte que tenía de poseer semejante bendición ante mí. Eathan era un regalo del cielo, no había otra explicación. Nos abrazamos a Anna los dos, manteniéndola entre nosotros pese a las patadas y los puñetazos que iba repartiendo ella durante la noche.

Y dormí... Esa vez, dormí sin hechizos, sin pociones... Dormí con una simple infusión... Porque tenía junto a mí los dos seres que más paz me entregaban, y estaban a salvo los dos... Por el momento.

Pasé casi una semana junto a Gregör, obsesionada con el mapa, observando con él cada una de sus variaciones y abriendo portales dos o tres veces al día por mínimo que fuera el movimiento.

Al fin eran solo simples conjuros hechos por una sola persona, por un brujo muy poderoso, una hechicera o una ninfa ancestral. Ni rastro de Axel, se lo había tragado la tierra y a mí, me crecía constantemente ese horroroso sentimiento de sentirlo tras la nuca.

Me encontraba en mi despacho firmando varios documentos cuando una presión en mi pecho me obligó a levantar los ojos. El jazmín inundó la estancia. Damon. Dos semanas sin verlo.

Nos quedamos mirando, interrogándonos las almas con un cruce de pupilas, buscando si quedaba un ápice de rencilla en nuestro interior. Forzó una postura conciliadora con una sonrisa distendida, se apoyó en el respaldo de uno de los asientos que tenía frente a mí y revisó el despacho.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora