65. Negociar

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Nuestra ropa cayó fuera de las termas que tenía Damon en su casa, lejos de Save. Suspiré al sentir el agua caliente sobre mi cuerpo, dejando que la sal que podía cubrir mi piel terminase de desvanecerse. Destensé todos mis músculos, dejando que la calidez me envolviera.

Abrí mis ojos lentamente cuando sentí los labios de Damon apretados sobre mi hombro. Me abrazó por la espalda y me llevó a un rincón en el que el agua salía por la roca, en pequeños chorros, para que nos acariciase a ambos con su paseo sobre nuestros cuerpos.

Dejé que los brazos de ese demonio me acunasen con ternura, y nos sentamos dentro del agua. Apoyé mi cabeza sobre su hombro, besando su cuello, su herida. La marca negra de su cuello, sintiendo como su piel se erizaba con cada uno de los roces de mis labios. Las venas oscurecidas, como relámpagos negros sobre el cobre de su piel.

Paseé mis dedos sobre sus clavículas hasta encontrarme en el nido de sus brazos, sentada sobre sus piernas, aferrada a su torso, respirando calmada. Arremoliné el agua, jugando con ella entre mis dedos, formando pequeños torbellinos que se elevaban danzaban hasta besar las puntas de mis uñas. Damon sonrió.

—Si algún día tenemos hijos, creo que este va a ser tu truco estrella para mantenerles embobados... —Miré a ese hombre y se me rompió el pecho.

—Damon, yo no...

—Algún día, puede que dentro de muchos siglos, podemos hallar la manera —murmuró sobre mi piel—, y si no, puedes seguir haciendo estas maravillas para mí, solo para mí...

Besó mi hombro y dejó su boca pegada sobre mi piel. Escuché su voz, ronca, como un rezo sobre mí:

—No pude evitar que entregases algo tan tuyo en ese maldito lugar... No pude protegerte y... Tú no merecías renunciar a algo así por esa guerra... —Lo miré enternecida y salpiqué sus ojos con el agua de mis dedos.

—No necesito engendrar hijos, tengo a Anna. Puedo tener muchos más a los que voy a amar con todo mi ser. —Le acaricié el rostro—. No me arrepiento de haber entregado esa parte de mí, porque eso me convirtió en aquello que estaba predestinada a ser y no fue un error.

—Pero comprometiste una parte de ti que no sé como voy a devolverte... —murmuró él.

—No debes devolverme nada. Tú estabas ahí, conmigo, y yo me sentí valiente, fuerte y segura porque... Yo jamás dejaré de sentirme invencible si tú estás a mi lado.

Entrelazamos nuestras manos y las llevó a su boca. Besó mis dedos uno por uno con devoción absoluta.

—Te amo...

Se me encogió el corazón, quería decirle lo mismo, pero... No podía. Le estaría mintiendo. Sí, lo quería, sí sentía algo fuerte por él, pero... Te amo... Esas dos palabras estaban atascadas en mi corazón, reteniéndolas, sujetándolas, como si ese músculo supiera que no eran suyas. Que jamás fueron suyas...

Lo miré a los ojos y me limité a besarlo. Me limité a decirle con un gesto que yo también lo quería, a mi lado, en mi vida, en mi cama, en mis días malos y en los buenos. Lo quería, sí, pero no como él me amaba a mí.

Y en ese instante, comprendí demasiadas cosas que mandé lejos de mi mente mientras él buscaba de nuevo mi cuerpo para, seguramente, olvidarse también de que mi respuesta no había sido la que él anhelaba escuchar de mis labios.

Dormimos por un par de horas, abrazados sobre diván, de nuevo. Nuestro bonito rincón del mundo, nuestro verdadero refugio. Ese lugar en el que éramos solo dos seres que se deseaban con todas las fuerzas del universo. Dos entes tan poderosos que el hecho de estar juntos ya parecía que iba a desatar otra guerra entre los Dioses, solo por envidias.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora