66. Cartografía Marina

104 13 0
                                    

Nos llevó a Líomar y a mí a su casa de la playa. El mar con sus olas a lo lejos nos saludó, como las gaviotas en el cielo de esa costa. Aparecimos en la terraza. Con un ladeo de cuello Líomar me invitó a pasar a su hogar, a esa casa que practicante sentía como mía, esa acogedora residencia, tan familiar y tierna. Me recargaba estar en ese lugar.

Me guio hasta un despacho que había en la parte trasera de la casa. Un lugar lleno de pergaminos puestos en estanterías de madera blanca. Rollos y rollos de cientos de formas. Olía a piel de cabra seca, a cuero curtido y a sal para secar esos documentos.

Rebuscó por los estantes un par de minutos, sacando rollos, tubos para guardarlos, revisando los archivos. Un respingo me indicó que había dado con algo. Tiró sobre la mesa de madera de pino un rollo de un tono amarillento. Desató el nudo de tela negra que lo mantenía fijo. Cogió cuatro caracolas y apresó las esquinas, algo roídas, de esa piel casi translucida.

Era un mapa de cartografía marina, justo lo que supe que iba a necesitar. En él, los verdaderos detalles no eran los de tierra firme, el mundo de la superficie parecía una mancha blanca en ese documento. Lo interesante eran los relieves y dibujos que había en la parte donde debería estar solo una mancha azul, el mar.

Mi amigo repasó los accidentes geográficos marinos con su dedo, leyendo para sí mismo los nombres de algunas de las formaciones rocosas del fondo oceánico.

Puse mi mirada sobre ese rostro, concentrado profundamente en lo que estaba buscando. Su barba fina le enmarcaba sus gráciles rasgos. Miraba el papel atentamente, con sus bonitos ojos azules, como el agua en calma del mar abierto. Sonreí con ternura al imaginar cómo sería mi ahijado con la belleza que tenían sus padres. Golpeó un par de veces con su índice sobre un lugar pintado de negro, una brecha oscura, cerca de la costa de Nerf. El punto coincidía con el punto que el Mapa de los Guardianes indicaba, salvando las distancias que pudiera haber.

—Esto es la Fosa Madre, hay cientos de historias sobre ella, pero una de todas dice que es el lugar por el que nació el océano. —Me fijé en el lugar que indicaba—. La buena noticia es que es muy probable que esté el templo en ese lugar. La mala noticia es que no hay ser vivo que haya tenido jamás las suficientes agallas de bajar hasta ella.

—Algo terriblemente alentador. Si nadie ha bajado hasta ahí, nadie lo hará... —Nos miramos a los ojos.

—Yo sí —respondió él sonriente—. Solo son leyendas, dudo mucho que haya un Leviatán esperándome ahí abajo, y de haberlo, puedo convertirme en su cena, o él en la nuestra, ¿Apostamos? —Engullí con dificultad, y miré de nuevo el mapa.

—No voy a arriesgarme a que te metas ahí abajo solo. Bajamos los dos o no baja ninguno —sentencié.

—Eathan me mata si te dejo bajar conmigo, me niego —dijo él de forma rotunda.

—Pues nos quedamos en tierra ambos.

—Esto no está siendo una negociación, jefa. No dominas tanto el agua. Es peligroso y Eathan va a matarme.

—Deja de nombrar a Eathan. Arys me va a matar a mí si se entera que te dejo ir solo ¿Cuál de los dos Monkvertk te da más miedo?

—Eathan —dijo con rapidez.

—Y una mierda —repliqué—. Temes la furia de Arys más que a la del Diablo.

—Eirel, es peligroso.

—O bajamos los dos, o no baja ninguno. No voy a ceder. —Dudó un segundo y aceptó con un ladeó de cabeza.

—Solo si te encargas tú de Eathan y de calmar su ira. —Acepté con una sonrisa—. Me da miedo tu capacidad para meternos en líos a todos.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora