Anduvimos hasta el puerto de nuevo. Zalir y Robert desaparecieron por un rato. Belfegör seguía a un par de pasos por detrás de mí. Era como si fuera mi escolta, como si Damon le hubiese pedido al General que no me quitase un ojo de encima, por precaución. Ese hombre gruñía a aquellos que se entretuviesen más de la cuenta mirándome de más. Miré a Damon y él me sonrió.
—¿Para qué visitaste esa obra? Esperaba que hicieras algo más. —Enarcó una ceja, divertido.
—¿Te apetecía ver como derrumbaba esa planta que sobraba? —Negué algo dudosa, puede que sí, pero me lo guardaría—. Solo paseo por esas obras para recordarlos que mando yo. Hubiese reventado la cabeza a todos los presentes y hubiese reducido a polvo ese edificio, pero, tengo una Alianza que debo respetar... —Suspiré rendida.
—Que no deja de ser injusta, a mi parecer... —añadí. Belfegör negó.
—En realidad, Eralgia está contra las cuerdas. —Una mueca confusa hizo preso mi rostro—. Solo la ecuación que propuso su majestad es suficiente como para arrasar el país, sin haber roto tregua alguna. Los nobles, avariciosos, van a querer los bienes de Save, y solo hay que esperar a que den un simple paso en falso...
—Y vamos a recrearnos en formas muy creativas de matar —terminó Damon. Ambos demonios cruzaron una mirada feroz. Deseando ese momento. Se me encogió el alma.
—¿Y si se comportan? —pregunté hipotéticamente— ¿Acaso todos los nobles serán tan malos? Puede que alguno sea bueno. —Damon asintió y respondió:
—En ese caso, seré su mejor amigo... —El General ladeó su cuello algo incrédulo.
—Que la magia del Balakän se apiade de ellos si van a tener que aguantarte a ti... —bufó Belfegör.
—Jiläiya Belfegör, eres un cabronazo...
Se golpearon un par de veces de forma amistosa. Nos detuvimos ante una edificación colosal. Sus paredes eran más claras, decoradas con baldosa hidráulica azul y blanca, con motivos marinos.
En su interior sonaba música, cuerdas, tintineos, tambores. Al correr la cortina de gasa azul se rebeló un comedor gigantesco. En él, a un lado un escenario grande en el que bailaban mujeres con sus vientres descubiertos, en movimientos sensuales, repletas de cascabeles que tintineaban en cada movimiento de sus caderas.
Un hombre, viejo, curvado por los años y posiblemente por el peso de un enorme turbante oscuro sobre su cabeza, nos guio hasta una mesita, de patitas cortas, rodeada de almohadas.
Damon me invitó a coger asiento. Me dejé caer sobre esos cojines y apoyé mis codos sobre la mesa. Belfegör se tiró delante, tumbado de forma despreocupada y acomodo algunas almohadas en su cabeza para estar más cómodo. Damon sonrió al ver a su amigo y se sentó junto a mí.
Un par de chicas jóvenes, bailarinas, se acercaron a nosotros cargando un par de bandejas con platos de dátiles, dulces de hojaldre y miel, bizcochos con almíbar y chocolate y tres tacitas de algo similar al café. Me sorprendí. Damon admiró su alrededor con una preciosa sonrisa para luego afirmar:
—Averno es un lugar magnifico, sería una capital maravillosa si Reguina no existiese, pero nadie le quita el trono a la reina... —Belfegör cogió un dátil y lo saboreó con gozo, chupando sus dedos con devoción.
—Adoro la comida de aquí, todo es dulce. Podríamos comer más veces aquí —propuso el General.
Damon se llevó el té a los labios y tomó un sorbo sin sacar los ojos de las bailarinas. Lo miré, mordisqueando un biscocho con chocolate. Era delicioso.
—Por Escolapio —gemí de gozo.
Media sala me miró al pronunciar ese nombre en voz alta. Belfegör se puso más tenso. Damon ahogó una risotada, sin preocuparse por la seguridad. Hablé con la boca más pequeña.
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ERALGIA III, La Alianza
FantasyTERCERA PARTE Estar muerta no es agradable, lo he comprobado. El Balakän era el escondite de Axel, nuestro tablero de juego, y yo, como Reina iba a tumbar ese falso Rey. No esperaba que ese viaje que emprendía fuera a rebelarme la belleza que escon...