58. Espacio y tiempo

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Mi amigo apareció en la puerta a media mañana. Llevaba la frente perlada de sudor y el pelo alborotado, como si hubiese cabalgado por un largo rato. La niña iba encaramada sobre él, con una sonrisa radiante. Solo hacía un par de noches que no se veían, pero Anna estaba pletórica de poder tenerlo cerca. Él me miró, yo no me atreví a sopórtale la mirada.

—He ido a dar un paseo, y pasaba por aquí... —empezó él. Arys se cruzó de brazos:

—¿Dos horas de camino? —preguntó ella burlona.

—Quería ver que estabais bien las tres... —aclaró él, sonriendo a mi madre como saludo.

—¿Quieres ayudarnos con esto, cariño? —lo animó mi madre mostrándole una guirnalda que quería colgar.

—Por supuesto. Dadme ordenes, yo os ayudo —dijo Eathan con una sonrisa.

—Cuanto ofrecimiento... —canturreó Arys— ¿No será esto una disculpa encubierta?

—Dejemos el tema, ¿Quieres? Os echaba de menos, quería veros y ver que estáis bien. Solo quiero pasar un rato con vosotras. —Lanzó una mirada rápida hacia mí.

Yo me limité a afirmar, a permitirle de algún modo estar cerca. No sabía bien quien estaba enfadado con quien, o si ambos estábamos enfadados, o si... Ninguno de los dos en verdad lo estaba. Mientras él arreglaba guirnaldas con mi madre yo lo miraba, huyendo de sus ojos cuando se bajaban hacia los míos.

Deseaba abrazarlo. Deseaba coger una botella, irnos a la playa y hablar mucho de lo ocurrido... Deseaba de verdad arreglar ese desastre con él. Pedirle perdón, e intentar cerrar esas heridas que ambos teníamos abiertas.

Puede que, de forma completamente intencionada, Arys consiguió atrapar a Eathan hasta la noche en su casa. Se hizo tarde, y ella lo animó a quedarse a dormir. Nos paró la trampa. Era una experta para hacer ese tipo de movimientos.

Me puse un vestido largo, vaporoso, de verano. Bajé a la terraza como cada noche, esperando a Arys, pero en su lugar... Apareció él. Se me detuvo el pecho y por un segundo estuve tentada de pedirle a Robert que me secuestrase. Quería huir de esa charla, quería perderme, no quería afrontar esas verdades.

—Líomar tiene un gusto pésimo con el alcohol —sentenció él sacándose una botella de detrás la espalda y un par de vasos—. No es para nada algo lo suficientemente potente para lo que necesito decirte.

Engullí lentamente. Él acercó una silla de metal hasta la mecedora en la que me encontraba sentada. Bajo el brazo llevaba doblada una mantita fina que me tiró encima, cubriéndome como un fantasma depresivo, que lo era. Arranqué la tela de mi cabeza, despeinándome y él marcó una sonrisa preciosa, ladeando su cabeza.

—Qué pelos de loca llevas.

—Agh, es tu culpa, idiota —gruñí pateándole la pierna al sentarse.

—Vamos a recolocarnos, a ver si cabemos los dos sin derrumbar este artilugio.

Nos acomodamos y me quitó la manta para tenderla sobre nuestras piernas entrelazadas. Cara a cara, sentados en esa mecedora que casi vuelca con nuestros movimientos. Nos quedamos mirando un momento, observándonos. Él cogió la botella y la abrió para servir un trago para cada uno. Me tendió el vaso y brindó con el suyo.

—No más secretos —festejó.

—No más secretos... —murmuré.

Bebió el contenido de un trago. Yo me tomé algo más de tiempo. Era fuerte, mucho más de lo que esperaba tras su afirmación. Él me observó por un ratito, repasando detalles importantes de mi fisonomía, como si guardase esos instantes en los que podía observarme en su memoria.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora