67. Leviatán

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Elevaron anclas, y dejamos atrás el puerto en el que habíamos mantenido el buque. Dejamos atrás el único lugar en el que hubiésemos estado a salvo. Mi corazón estaba alterado, tanto que por un segundo estuve tentada de pedirlos que diésemos media vuelta, que si no conseguíamos la maldita vesícula de Luereth no pasaría nada, que no era para tanto, que ya encontraría el modo de destruir las vesículas sin esa.

El mar estaba en calma, Yarel había convocado una brisa suave que empujaba el navío sin prisas, pero de forma firme y continua. Me aferré a la barandilla de madera que rodeaba el buque. Los marineros paseaban y faenaban para que todo funcionase correctamente. El mar nos mecía tranquilamente. Calma. Demasiada calma. La voz de Eathan retumbó sobre mi pecho.

—Escucho tu corazón desde el otro lado de la cubierta, Eirel. —Me giré sobresaltada. Respiré hondo— ¿Todo bien? —Negué.

—Hay demasiada calma.

—Yo también lo siento, pero, quiero creer que es un buen augurio...

Resollé y me giré de nuevo hacia el mar, buscando con mis sentidos, lanzando preguntas silenciosas a ese elemento para que me avisase de cualquier peligro.

—Vas a bajar con Líomar a esa brecha, ¿no? —preguntó mi amigo. Afirmé— Hay leyendas horrorosas sobre este sitio ¿Quieres que te cuente algunas por si te apetece repensar lo de bajar ahí?

—No, gracias. Líomar ya se ocupó de ponerme al día. Sé que es peligroso, pero no puedo dejar que él baje solo. Eathan se frotó la frente.

—Prometí a tu padre que te protegería y ahora te empeñas en ser pienso de monstruo... —dijo con una burla.

—Cuando suba te traeré un pez de estos raros y dentudos como recuerdo de que no tuviste la razón, al menos por esta vez. —Nos echamos a reír cuando hice una mueca sacando los dientes e imitando un pez dentudo.

—Por el fuego del Dragón, adoro tus teatros —afirmó él sujetándose el abdomen.

Nos quedamos mirando, con los tintineos de las lámparas que iluminaban la cubierta del barco. Nuestros cuerpos iban a unísono con los movimientos oscilantes del navío. Suspiró rendido, miró al cielo estrellado y sonrió.

—A veces me gusta mirar el cielo y pensar en nuestros padres. Me pregunto si estarán ellos en algún lugar de ahí arriba, juntos, bebiendo y carcajeando, increpándonos desde la derecha de Escolapio, felices y enternecidos por nuestros logros... —Miré al firmamento, a las estrellas que se veían preciosas por la noche en calma.

—No tengo la menor duda de que es así... Incluso Khaï, Arbenet, tu madre... Caín... Todos ellos estarán allá arriba disfrutando de su eternidad... —Bajamos nuestras miradas hasta quedarnos fijos en nuestros iris—. Solo deseo que tardemos mucho tiempo en volver a verlos... Que podamos vivir nuestras vidas, gozar de años y años juntos...

—Menudo castigo, tener que aguantarte hasta el día de mi muerte... —bromeó él. Le pegué codazo y se echó a reír.

Se giró ligeramente hacia mí y me ofreció su pecho para abrazarnos. Me fundí con él. Apreté mi frente sobre sus pectorales, hundiendo mi corazón en su torso, arropándome entre la inmensidad de su cuerpo, en la tibieza de sus brazos. Sus manos me rodearon, apretándome a él, asiéndome de la espalda y la nuca. Besó mi pelo y lo acarició. Por unos segundos nos dejamos balancear por el movimiento del navío.

—¡Lancen anclas!

El grito del capitán me sacudió el alma. Habíamos llegado. Líomar apareció a nuestro lado. Miró a Eathan y forzó una sonrisa hacia su amigo.

—Vuelve a tu sito, te lo recomiendo encarecidamente, lo hemos hablado algunas veces. —Eso sonó a advertencia. Enarqué una ceja. Líomar me sonrió—. Cuando dejéis de abrazaros, bajaremos a darlos de comer a los bichos de las profundidades. —Me estremecí. Se asomó por el lado del casco del buque observando el mar—. Todo en orden, ni rastro de Selkyes, ni de ningún otro ser maligno, el agua está en calma. —Edward se acercó a nosotros.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora