19. Diosa inmortal

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Arys se fue, cerré los ojos y me relajé. Escuchaba el canto melodioso de los pájaros asomándose por la ventana entreabierta de mi habitación. Eran como pequeños coristas de la catedral de la naturaleza, de ese inmenso bosque que rodeaba mi hogar.

La brisa removía las hojas ligeramente, acompañando esa dulce sonata de la arboleda. El móvil de viento que todavía colgaba de lo alto del dosel en mi cama repicaba lentamente, al compás con la naturaleza. Suspiré y me dormí profundamente.

El cielo oscureció, de golpe. Miré a todos lados, estaba tan oscuro que apenas podía vislumbrar algo a pocos metros. Una densa niebla cubría todo a mi paso. Avanzaba lentamente, como sí el ambiente estuviese tan cargado que hasta el aire fuera tan denso como el aceite.

El calor empezó a ser abrasador, húmedo, pegadizo. La poca luz presente tomó un tono rojizo, brillante, como si de fuego se tratase. El olor a ceniza cada vez se hizo más presente, parecía el infierno...

Un remolino de viento se llevó por delante la niebla, levantándola hasta el cielo, enrojecido por la luz. Miré a mi alrededor y reconocí las columnas del Concejo de Ancianos, estaba en medio de la plaza principal de Vilangiack. Miré la fuente, brotaba sangre de ella, miré mis manos y empecé a sacudirlas de forma brusca, más sangre, saliendo de mis propias manos, como si de un arroyo se tratase.

Tropecé con algo, me giré de golpe, Anna. Anna estaba en el suelo, completamente desollada, como si mil perros rabiosos hubiesen atacado su cuerpo. Grité, pero no podía escuchar mi voz, la cogí en brazos y justo tras ella, apareció el cadáver de mi madre. Una sombra pasó sobre mi cabeza.

Miré al cielo y los vi, cientos, miles, de demonios, similares a dragones, sobrevolando mi cabeza, como si de buitres se tratase. La fuente empezó a agrietarse, la piedra empezó a abrirse y a sangrar por esas fisuras, como si estuviera viva. Hiperventilé y de repente abrí los ojos.

Seguía en mi habitación, sudada, empapada hasta un punto que jamás me había visto. Miré mis manos, las revisé, no había rastro de sangre, rebufé hasta calmarme ¿Qué había sido eso? ¿Qué significaba todo eso?

Me froté los ojos repetidamente, no dejaba de ver el cuerpo de Anna, no dejaba de verla muerta. Intenté recuperar el aliento, me sujeté con fuerza el pecho, me dolía todavía. Me levanté, tambaleándome, y me metí en el baño.

Abrí el agua y me lavé el rostro. Lo sequé con una toalla, mirándome en el espejo, cuando vi aparecer un rostro de mujer en él. Tiré atrás bruscamente y tropecé. Caí de espaldas y tiré la toalla.

Respiré agitada, no había nada, otra visión, otra alucinación... ¿Estaba volviéndome loca? ¿Podía ser el cansancio? ¿El trauma de la guerra? Me levanté temblorosa y escuché pasos en mi habitación. Me apoyé a la puerta, escuchando atentamente.

—¿Excelencia? —Me sobresalté al escuchar la voz de Gregör y abrí de golpe la puerta—. Perdone no sabía que estaba indispuesta. Le ruego que me disculpe, pero ¿Se encuentra usted bien? Tiene el rostro empalidecido, está ojerosa. —Negué quitándole hierro al asunto.

—Pesadillas, solo son pesadillas. Las sufro de forma constante, no tiene importancia alguna. —Gregör se dio por satisfecho con mi respuesta—. ¿Qué le trae por aquí? ¿Necesita algo de mí? —El señor dudó un segundo—. Sabe que puede pedirme lo que necesite, ¿Quiere el mapa? —Me señaló los sillones de mi habitación.

—¿Puedo tener una conversación con usted, antes de emprender tal tarea?

Asentí, cogí una bata larga, oscura y me envolví con ella. El sudor se me estaba enfriando encima. Me senté en uno de los sillones y él tomó asiento y habló:

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora