23. Inmortal

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Intentaba controlar mi respiración, intentaba convencerme a mí misma de que eso terminaría pronto, de que solo era pasajero y de que iba a despertar en los brazos de Damon. Solo debía esperar un poco, no sentía dolor, no sufría, estaba bien en realidad, pero, mi mente me estaba azotando.

Sí, eso era pasajero, pero ¿y si no lo era? ¿Y si me quedaba para siempre encerrada en mi mente? Hiperventilé y empezó el dolor, de nuevo, agudo, en mis entrañas.

—¡Eirel! ¡Eirel! ¡Ya está! ¡Aguanta un segundo más!

La voz de Damon retumbó en mi cabeza, intenté gritar, pero apenas tenía voz. Abrí los ojos de golpe. Damon me frenó cuando intenté incorporarme y sujetó mi cuerpo contra la mesa.

—No te muevas, todavía se está cerrando la herida. Mírame, mírame a los ojos. —Se volvieron ligeramente dorados—. Estás bien, no duele, respira hondo.

Intenté inspirar y relajarme. Rebufé y Damon se apartó ligeramente. Se apoyó a mi lado, en la mesa y me retiró un mechón de pelo del rostro.

—¿Has podido sacar los trozos de metal? —pregunté con la voz ronca.

Asintió y acercó a mí un bote de cristal a la altura de mis ojos. En su interior había agua, algo ensangrentada y astillas de metal, las había más pequeñas, pero una era grande, del tamaño de un dedo pulgar.

—¿Eso estaba dentro de mí? —quise saber asustada.

—Algunas estaban punzándote algunos órganos, no sé cómo puedes seguir vivía, tendrías que haber muerto con esto dentro. —Mierda. Era cierto. Nos miramos a los ojos—. Encima, se te ha curado la herida con una rapidez vertiginosa, apenas me hizo falta darte mi sangre ¿Qué te está pasando, Eirel?

—No lo sé... —murmuré rota por dentro. Me froté los ojos.

— ¿Te duele algo? —Negué—. Prueba de incorporarte lentamente, que te cures tan rápido no quiere decir que no sientas el dolor.

Empecé a incorporarme, hice una mueca, me dolía el estómago. Damon me cogió en brazos, le rodeé con las manos su cuello y me sacó de ese lugar. La sábana negra estaba húmeda por mi sangre, no tenía ni idea de lo que me había hecho sobre esa mesa ni quería saberlo.

Me dejó en la cama y se sentó a mi lado. Levantó mi camisa y comprobó que no había rastro alguno de la herida ni de sus posibles cicatrices.

Solo tenía una mínima esperanza de que, si mi herida de había curado tan rápido tras la operación, era por la sangre de demonio y no porqué Gregör tuviese razón. Me quedé en silencio, observando a Damon, podía escuchar su mente, sus pensamientos a mil revoluciones por segundo, porque a él todavía le cuadraba menos lo que acababa de pasar.

Me apretó el abdomen y gemí de dolor. No era insoportable, pero sí molesto. Rebufó y se frotó el cogote.

—Te curas a una velocidad fuera de lo común. Tu cuerpo resistió la explosión y has sobrevivido con metralla dentro sin apenas darte cuenta, durante dos meses... —Negó, como si no quisiera aceptar lo que ya sabía—. ¿Porque pasa esto? ¿Desde cuándo eres tan resistente? —Me incorporé ligeramente, apoyando la espalda sobre el cabezal de la cama.

—Creo que desde que soy la Sacerdotisa de Escolapio. —Me miró atónito—. Gregör me lo dijo, no lo creía, o al menos, quería no hacerlo... —Me abracé los hombros, temblorosa— ¿Crees que puedo ser inmortal? —Esa última palabra me mordió los labios al pronunciarla. Damon ladeó su cabeza.

—No lo creo, Eirel, es que lo eres.

Se me detuvo la respiración y nos quedamos mirando fijamente. A mí iba a reventarme el pecho a latidos, mi corazón se atropellaba a si mismo con nerviosismo y tensión. No era bueno, eso no era nada bueno... Él me miró y ladeó la cabeza, observando mi cuello, el vaivén de mi tormento cuando afirmó:

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora