22. Cirugía

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—Es sobre Anna, quiero nombrarla mi heredera, de forma oficial. Sé que si yo no fuera Guardián solo con los papeles bastaría a ojos de la administración, pero los Dioses me miran en ese aspecto. Necesito que tenga mi sangre. —El brujo asintió.

—Es un ritual simple, un lazo de sangre y os declaro madre e hija y anda, ya puedes tirarle chanclas y reñirla a pulmón desde la otra punta de la casa.

Me puse a reír y me quejé del costado. Él bajo la mirada hacia ese punto e hizo una mueca algo preocupado. Se mordió los labios, pensativo y espetó:

—Antes de hacer el ritual, tú debes pasar por carnicería, a que te saquen el cacho de puerta que llevas metido ahí.

—¿Y si me muero en medio de la operación? —pregunté medio en broma, medio de verdad.

—No vas a morirte de algo así. No después de sobrevivir a la explosión de tu propio poder. Yo te preparo la ceremonia, lo haré bonito y precioso, ya verás. Aunque ¿Tú estás segura de elegir a Anna como heredera? —Fruncí el ceño.

—Sí. Anna es fuerte, y lo va a ser mucho más.

—Anna es una niña... Niña —recalcó.

—Soy consciente de que es una niña, y que algún día va a ser mujer, en un mundo plagado de hombres que van a querer tumbarla. Sé que lo fácil sería buscar a un hombre para un mundo de hombres, pero no. No estoy dispuesta a seguir relegando a las mujeres a su papel de madres y ángeles del hogar.

—Suena rompedor, y tienes mi apoyo, pero... Eirel, tú has sufrido mucho por tu sexo, mucho.

—Los hombres también sufren vejaciones siendo prisioneros, Edward. Anna puede ser tan fuerte como yo, porque es mujer, porque no hay hombre que pueda ser Sacerdotisa y Guardián. Puede que fuera la historia, narrada por machos, la que nos hiciera creer que un varón es el que debe ser fuerte, puede que ella cambie la historia para siempre. —Edward asistió.

—Si es tu deseo, y tan claro lo tienes, yo voy a ayudarte. Por supuesto, ayudaré a Anna en todo cuanto pueda. —Sonreí a mi amigo y le cogí la mano.

—Gracias, Edward. Eres una de las mejores cosas que me ha pasado en este mundo, te debo tanto que no sé cómo pagártelo... —Nos fundimos en un abrazo.

—Me diste la oportunidad de conocer al amor de mi vida. Me regalaste la oportunidad de ser alguien, de salir de un pozo sin esperanza y no solo a mí, sino a todos aquellos como yo, no hay precio para algo que hacemos de corazón, Eirel... Ve a ver a Damon, habla con él, debes sanarte pronto, llevas demasiado tiempo así. Te abro un portal hasta él. —No tuve tiempo de mucho.

Al parpadear me encontré en un despacho oscuro, reconocí esos muros, esa piedra, el basalto... Reconocí el ambiente, cargado, caluroso, denso. Save seguía pareciendo el infierno en la tierra.

Me giré ligeramente y vi una enorme mesa de madera oscura, las patas de la cual eran un par de enormes cráneos de monstruos. Sentado en un sillón de cuero estaba Damon, atónito. Nos quedamos mirando a los ojos, le sonreí y me devolvió el gesto preso de la incomprensión.

—¿Sorpresa? —pregunté.

Levanté ligeramente mis manos en un gesto intuitivo. Damon se puso a reír al verme tan desubicada. Amaba ese sonido, la risa de ese Demonio...

—Edward no me ha dado alternativa, así que, aquí estoy. —afirmé. Di una palmada y revisé la habitación esquivando la mirada inquisitiva de Damon.

—Ya veo, no me había dado cuenta de tu presencia, en absoluto... —murmuró él.

Noté ese sarcasmo fanfarrón en su voz y negué repetidamente. Me miró con picardía y se tiró atrás ligeramente dejándome espacio frente a él. Estiró su torso levemente, dejándome ver ese pecho enrome y ancho que deseaba como almohada cada maldita noche...

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora