28. Alekay

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Me acerqué a la puerta de nuevo. Alekay, era un Dios Menor al igual que Escolapio. Yo había estado cerca de mi Dios, en algunos momentos fugaces y lo sentía cerca.

Si mi poder era el de una divinidad, algo ancestral, podría romper esa barrera. Cerré mis ojos y me concentré. Tenía que atravesarla. «Ábrete para mí» susurré en mi mente. Mis manos se hundieron.

—Imposible —dijo Leiko a mis espaldas. Abrí mis ojos.

Estaba atravesando el metal. Cedía. Hice fuerza de forma desesperada. Las puertas me engulleron. Solo a mí. Caí de rodillas sobre un suelo de mármol rojo y dorado. El lugar era oscuro y estaba iluminado con grandes fuegos puestos en vasijas áureas.

Un bosque de enormes columnas de mármol bermejo se alzaba. Un pasillo larguísimo llevaba al fondo de la estancia donde la figura de un fénix de oro brillaba y relucía como otro fuego más.

Me levanté de golpe y sentí que mi cuerpo se paralizaba. De detrás de un par de columnas salieron un par de hombres jóvenes. Uno de piel albina otro de piel de betún negro. Eran antitéticos. No sujetaban armas contra mí, pero era como si me hubiesen atado con dos cuerdas.

—Soy el Guardián de Escolapio —dije con cuidado—. No tengo intención de haceros ningún mal, por favor. Necesito ir al Templo Ancestral de Alekay. —Ellos se miraron confusos.

—Ya está en el Templo Ancestral de Alekay.

Elevé ambas cejas. ¿Eso era el templo? Se suponía que debía encontrar ruinas y destrucción bajo tierra. No eso.

—Rhodas. Efestuo. Soltad a la Diosa, insensatos. —Una voz de mujer anciana retumbó sobre las paredes—. Nadie indigno puede entrar en un lugar como este, así que si ha podido acceder es porque es una deidad...

Ambos chicos me miraron un par de veces, como si llamarme a mí deidad fuera una sandez, y lo era. Aflojaron el amarre y pude respirar tranquila.

De detrás de una de esas grandes vasijas apareció una mujer muy vieja, encorvada por la edad y de rostro arrugado. Llevaba su pelo blanco recogido en un gran peinado que sostenía una peineta y un velo rojo que cubría casi por completo su cuerpo, vestido con una túnica blanca larga. Se plantó frente a mí y me tendió la mano.

—Astherä, Sacerdotisa de Alekay, Dios de las predicciones, la magia, la alquimia y la ciencia, señoría. Un placer tenerla en mi hogar. —La reverencié y sonreí con amabilidad.

—El placer es mío, Eminencia. —Se acercó al fuego que tenía cerca y hecho un polvo negro sobre él. Chisporroteó y lo observó.

—Supe que vendríais a mí, me lo mostraron los dioses hace un par de noches, tenéis un poder inmenso, excelencia. —Perdí mi miranda en el suelo, quitándole importancia a ese echo—. Veo sobre vos un poder malévolo creciendo, el mal os acecha, se prepara para atacaros. —Engullí lentamente y me acerqué a ella bajo la atenta mirada de esos dos secuaces vestidos con túnicas blancas.

—Astherä, vengo a buscar la vesícula de Verog... —Ella se giró de golpe. Me mató con su mirada de iris bermejos. Ojos rojos como la sangre.

—Tal reliquia no va a salir de este lugar. —Aflojé mis hombros.

—La necesitamos, se lo ruego. —Miró hacia la puerta.

—¿Quiénes van con usted? ¿Por qué trae un ser como él aquí? —Miré en la misma dirección que ella ¿Él?

—¿Eathan? Es mi Protector de la Tierra. Es una persona excepcional, se lo juro. No debe temer por él. Sé que les aterrorizan los Eldas. Él es bueno de corazón, le doy mi...

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora