47. Corona

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Ante mí apareció una mujer irreconocible. Una mujer de ojos verdes y piel cara, de nariz delgada y de cuerpo fuerte y mucho más atractivo de lo que recordaba.

Me miré en ese espejo y no me reconocí, porque todavía no me había dado el gusto de conocerme, no de esa forma. No con esa sensualidad, no con ese tipo de atuendo, de mujer fuerte, de mujer libre y poderosa.

Me acerqué para ver el carmín de mis labios, mi melena rojiza, resaltando esos ojos manzana como los de papá. Giré para ver mi espalda, provocadora, salvaje...

Me mordí los labios apreciando esa jodida obra de arte, y es que eso era en ese momento, así me sentía, como uno de esos frescos pintados en el pasillo del Consejo, esos que no podías dejar de admirar, cuya belleza te robaba los sentidos.

—¿Qué se siente al saber que vas a ser la mujer más bella y despampanante de toda esa sala?

La voz de Edward me acarició la oreja. Se puso a mi lado, y nos vi juntos, en ese espejo. Sonreí divertida.

—Creo que te quedaría mejor a ti, el rojo te resalta las facciones. —Reímos a carcajadas.

—No quiero robarte el protagonismo, querida —bromeó él.

Miré de nuevo el reflejo. Me sentía femenina y poderosa, pero... No sabía si estaba lista para asumir mi papel como Reina, si estaba preparada para andar al lado de Damon. Relajé mis hombros y por un segundo estuve tentada de coger el vestido que me había dado Robert y esconderme con él junto al resto de invitados.

—No sé hasta qué punto quiero que en Save me vean así... Como reina suya. Muchos deben pensar que no soy digna de ser reina de nada. —El brujo me acarició la cintura con ambas manos, deteniéndose en mis caderas.

—Eres digna de soportar cualquier corona que Damon quiera poner en tu cabeza. Este maldito país te debe su lealtad eterna, mucho más que a su Rey, al que tienes locamente enamorado de ti, te lo recuerdo.

Esa afirmación me entibió el pecho y sonrojó mis mejillas de gozo, eso lo sabía, pero escucharlo de boca de Edward, con lo que él conocía a mi Demonio... Era bonito, tierno en cierto modo.

—Jamás había visto a ese imbécil amar algo más que su ego, y ahora, tiene seiscientos años de amor retenido, y parece dispuesto a derrocharlos contigo. Tienes al ser más poderoso del mundo arrodillándose ante ti. Y yo, querida, miro este reflejo y te juro que no veo otra imagen más exacta para representar a esa mujer, eres digna de reinar y gobernar el mundo. —Se inclinó ante mí haciéndome una reverencia y yo hice lo mismo con él. Se sorprendió.

—Yo seré la Reina de Save, pero tú, algún día vas a reinar al lado de Yarel como Rey Consorte, no tengo la menor duda. Nadie va a poder hacerlo mejor que tú, Edward.

—Te amo, no imaginas cuanto, cabrona —dijo en un aliento.

Me puse a reír a carcajadas. Nos abrazamos y nos balanceamos. Froté su espalda enérgicamente, amaba a ese brujo con todo mi ser. Amaba su forma de quererme, de hacerme sentir fuerte, de ayudarme y apoyarme. Edward era lo mejor que había ocurrido en mucho tiempo para mi familia, era parte de ese hogar al que volvía cuando el mundo apretaba demasiado. La magia no era solo su poder, era su simple presencia. Se separó ligeramente de mí y suspiró feliz cuando dijo:

—Voy a ir a buscar a Yarel y a la comitiva, y a ponerme algo despampanante, porque quiero robarte alguna de las miradas que acapares para ti. Te adoro, preciosa... —afirmó dejándome una caricia en el mentón.

Se desvaneció en una neblina morada ante mí. Observé el reflejo de ese espejo, estudiando la suavidad del tejido, saboreando con mis dedos la piel desnuda de mi escote, mi esternón expuesto al mundo.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora