59. Baile

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A nuestra llegada al palacio los ojos se me fueron directamente al techo, velas, cientos o miles suspendidas de preciosas lámparas, iluminando todo el palacio, toda la sala del trono. Los nobles, amontonados en los laterales, hablando entre ellos.

Las ropas eran tan distintas. Cientos de capas de tela cubriendo los cuerpos, corazas, corses, cinturones hebillas... nada de esa gasa vaporosa de Save, todos iban pertrechados y escondidos. Algunos de ellos habían estado en ese palacio de obsidiana y me habían visto vestida de rojo y satén. Deberían estar sorprendidos ahora de verme con esa coraza.

El General Barack lanzó una mirada furtiva hasta mi posición, el paseo sobre la empuñadura de mi espada fue una respuesta válida para que dejase de mirarme.

En comparación con Save, ese palacio era un corral. El trono de Yarel era una silla grande, adornada con dos dragones a sus costados, bonitos y dorados, pero, no imponía ni la mitad del respeto de uno solo de los peldaños del trono de Save.

La espera fue eterna, mientras nobles y más nobles se acercaban a mí para atraparme con sus intereses económicos en Save, hablándome de Damon.

Yo no quería hablar de él. Quería verlo. Quería que nos sentásemos, cara a cara y cerrásemos esa brecha, para siempre. Que enterrásemos de una vez a Alarich, los tres, Eathan incluido. Deseaba poner paz entre ellos, entre nosotros.

Esquivé todas esas miradas indiscretas sobre mi persona, mostrando incluso los dientes con recelo perruno de ver que alguien se fijaba de más en mí. El aire se cargó de más y yo contuve un gemido, al sentir el paseo de la sombra sobre mi hombro. Un aire negro acarició mi cuello, un susurro cariñoso.

—Guardián... —murmuró Damon a mi lado.

—Majestad —respondí yo tajante.

Mirada al frente ambos cuando apareció a mi lado. Todos los ojos de la sala se habían volcado en nosotros. En el Guardián de Escolapio y el Demonio que estaba a su lado, con sus brazos plegados tras su espalda, vistiendo una coraza negra con detalles dorados, sobria y que conjuntaba con la mía, salvo con el color.

En nuestras cabezas, ambas coronas.

—Me alegra saber que no voy a encontrarme la corona metida en el recto, como esperaba —comentó.

Sonrió por encima de su hombro de forma amistosa. Su tono me rompió la máscara de frialdad y tensé el labio con una leve mueca.

—Todavía puedo hacerlo —advertí. Mordió sus labios y bajó su cabeza.

—Voy a pedirte disculpas de rodillas en tu alcoba si es necesario. —Se evaporó de mi lado.

—Su Majestad, el Rey de Save, ¡Damon Abygör!

Uno de los lacayos de Yarel anunció su llegada cuando Damon lanzó el primer pie sobre la alfombra. Como si estar a mi lado por unos segundos no le hubiese presentado de forma suficiente.

Robert y Belfegör andaban un par de pasos por detrás de él. Enfundados también en corazas, de colores oscuros. No estaban seguros, no tanto como en Save para cubrirse el cuerpo detrás del cuero.

Pese a ese detalle, del que solo yo me percaté, nadie hubiese descrito que había miedo en su desfile. Esa leve aurora de oscuridad los seguía a los tres. Como un humo, un resquicio de los portales, de la oscuridad de Save, negra noche de desierto hondando en forma de brisa cargada de polvo de perlas negras.

Una reverencia cordial de Damon al llegar frente a Yarel que esperaba sentado en el trono, sin nadie cerca. Ni Edward, ni sus concejeros. Ni siquiera la víbora de Helena, la princesa llevaba desaparecida meses. La voz de Yarel me recuperó la conciencia del vórtice en el que rebuscaba informaciones varias.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora