3. Cuentos

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Estaba nerviosa, no sabía cómo había llegado a mi casa, cómo había llegado mi madre, y qué había pasado realmente. Era todo incertidumbre. Estaba confusa, aturdida, y sentía un enorme dolor recorriéndome todo el cuerpo.

Mis ojos estaban nublados, apenas podía distinguir figuras, y pasaba el tiempo con los parpados cerrados, así aminoraba el pinchazo ocular y la cefalea. En mis pulmones tenía la sensación de que había miles de hierros clavados, debía respirar muy despacio para no sentir que iba a estallar. Me dolía el vientre por varias partes, era como si me hubiesen acuchillado cientos de veces por todo el cuerpo. No había un solo centímetro de piel que no sintiera entumecida, tirante.

Mamá cogió un libro y empezó a leerme en voz alta: cuentos, como si yo fuese una niña. No podía hablar, no podía pedir explicaciones, no podía hacer preguntas y las dudas cada vez eran mayores e iban creciendo a cada maldito segundo que estaba bocarriba en esa puta cama.

Pasé un largo rato con mi madre, ella sostenía ese libro entre sus manos, mientras tenía mi mano en el regazo y la acariciaba de vez en cuando para consolarme cuando empezaba a sollozar de nuevo.

Seguía leyéndome cuentos como a esos niños que tienen pesadillas. No quería dormirme de nuevo. Necesitaba explicaciones, necesitaba hablar, cada vez me costaba más respirar, o aguantarme las ganas de romper a llorar.

Arys llegó de nuevo a la habitación, pude sentir levemente su energía. Percibí de forma muy sutil el olor de hierbas de uno de los ungüentos de Edward, era para que me durmiese y no iba a pasar eso. No podía volver a dormirme, si lo hacía volverían las pesadillas, volvería a torturarme. Era como esos críos que tras una pesadilla muy fuerte temen dormirse de nuevo.

Mi amiga se acercó y me untó el pecho con ese ungüento caliente. Negué ligeramente, el olor era muy fuerte, me molestaba y me daba ganas de vomitar. Los espasmos en el estómago se sentían como si un maldito peñasco me hubiese caído encima, una presión horrible sobre mis entrañas.

Parecía que tenía un caballo pisoteándome las entretelas. Quise ahogar un grito. Mi amiga me acomodó la almohada y me acarició el rostro.

—Está un poco sudada, puede que tenga calor, ¿La destapamos un poco? —preguntó a mi madre. Esta se levantó y me tocó la frente. Mi amiga me palpó el interior del antebrazo—. Deberíamos avisar a Damon, él sabe mejor que nadie qué hacer con ella, nosotros no sabemos actuar frente a sus síntomas. —Mamá resolló.

—Debe estar por llegar, esperemos un poco. Eirel necesita descansar, y Damon tiene mucho trabajo por delante ahora. Es mejor que duerma y descanse un poco, el ungüento le va a venir bien.

Negué, pero no se daban cuenta. El vaivén de mi cuello era tan mínimo que no se apreciaba. Sin embargo, en mi cabeza parecía que iba a romperme la nuca, todo me daba vueltas.

De pronto sentí una energía acercándose a mi habitación y ni todos los ungüentos del mundo me hubiesen dormido. Necesitaba escuchar su voz. Necesitaba sentir el tacto de sus manos, sentirlo cerca... Me moría por aferrarme a su cuerpo como el último de los salvavidas tras mi naufragio.

Eathan apareció en la puerta y golpeó con sus nudillos la madera un par de veces. Se acercó a mi madre y a Arys y besó a ambas. Su poder estaba reducido, sentía su fuerza, pero era menor, eso significaba que estaba herido.

—Creo que lo que necesita Eirel es que le hagamos compañía. Me presto voluntario, necesito tumbarme un rato y la voy a vigilar de cerca. Id a descansar, lleváis dos días sin separaros de ella. Ahora que ha despertado ya podéis estar más tranquilas. —Arys se acercó a mí y me tomó la fiebre, luego dijo:

—Te dejo en buenas manos, Guardián. Voy a descansar un poquito, tu ahijado está rebelde, parece que tiene ganas de verte. —Sonrió y se fue. Mi madre acarició la mejilla a Eathan.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora