78. Peinetas

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El primer sol de la mañana me acarició las pestañas. Estiré perezosa lo brazos y busqué con mi mano el cuerpo de Damon. No estaba. Me incorporé lentamente, rebuscando por la habitación con los ojos, esperando encontrarlo sentado en alguno de los sillones. Nada.

El sofá había vuelto a su sitio de una pieza, o uno de muy similar. Todo estaba perfectamente recogido. Incluso tenía ropa limpia doblada sobre la cama. Me metí en el baño de esa alcoba real, me hundí en la bañera envuelta en agua templada y me bañé con tranquilidad. Dos nudillos sobre la puerta me obligaron a levantar la mirada del agua.

—Buenos días... —suspiró Damon apoyado en la madera, deleitándose con las vistas.

—Serían mejores si llevases menos ropa... —dije ofreciéndole la tina. Él mató una sonrisa.

—Debo irme. —Sonó tajante—. He de arreglar algunas cosas con un par de Grandes Demonios, nada importante. Robert está esperándote en el sillón, él te llevará a Eralgia. Yo me uniré en seguida.

—¿Va todo bien? Pareces preocupado... —pregunté fijándome en sus brazos tensos y sus venas marcadas.

—No te angusties, solo es papeleo.

Cerró la puerta, sin beso ni despedida. Esperaba un mínimo contacto, pero... Él estaba ajetreado, seguramente era yo la que demandaba demasiado cariño y atención.

Le hice caso. Me acicalé con rapidez y me enfundé en la ropa oscura que seguramente Zalir había escogido para mí. Una camisa clara y un pantalón oscuro. Salí del baño aun con el cabello húmedo. Robert sostenía un libro con la mirada puesta en esas páginas. Me acerqué a él y apoyé ambas manos en el reposabrazos, jugueteando.

—¿Sabes? Creo que tú y Eathan os llevaríais de maravilla.

—Ya nos llevamos de maravilla. Este es suyo —dijo mostrándome el tomo.

—¿Te ha dejado un libro? —Le robé el tomo y leí la portada en voz alta—. «Soporte logístico en campañas militares a ultramar» —Rodé los ojos— ¿En serio? Esperaba una novela romántica.

—La guerra y el amor son sinónimos muchas veces, mi querida Reina ¿Estás lista? —preguntó él. Afirmé—. En breves nos uniremos a la fiesta.

Con un portal me dejó en la habitación que tenía asignada en casa de mi amiga. Arreglé mi ropa y peiné mi cabello. Salí de la habitación dispuesta a encontrarme con Arys.

Encontré a Leiko, con su melena larguísima y negra me topetó en medio del pasillo. Vestía una de las camisas de Eathan, medio abierta, semidesnuda. Andaba hacia el baño. Me sonrió con una horrible picardía en su mirada.

—Andas muy recta para haber pasado la noche con un Demonio —murmuró ella observándome con el mentón en alto. Ladeé la cabeza y sonreí falsamente.

—Tienes una boca preciosa, Leiko, no me obligues a reventártela por no saber callarte. —Ella enarcó sus cejas y cogió el cuello de la camisa, acariciándola.

—No me gustaría mancharle la camisa a Eathan... Con tu sangre, Elda asquerosa... —bufó la bruja. Yo di un paso hacia ella, y ella hacia mí. Quería patearle la jeta.

—Abstente de dirigirme la palabra de no ser que sea estrictamente necesario —gruñí.

—Pareces dolida ¿Te molesta que tu perrito juegue conmigo? —preguntó en una mueca fingiendo tristeza.

—Vuelve a meter a Eathan en esta conversación y no quedarán de ti ni los huesos.

—Temblando me tienes —me retó.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora