81. Guardas

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Se me encogió el pecho. Aun presa de la infinidad de los universos que encerraban sus ojos. Un par de gotas de plata, besadas por la luz de la luna cayeron sobre mis mejillas, rodando sobre la mano que sostenía sobre mi mentón.

—Dime qué ocurre, dime que te está pasando, Eirel... —rogó él. Yo negué.

Seguí mirándolo, observando la perfección de su piel dorada por el sol de Save, por el calor de su tierra. Me regalé unos instantes de su belleza, de la perfección que encerraban los ángulos de su semblante.

Giré lentamente hasta tener mi pecho contra el suyo y acaricié sus pectorales, luego apreté mis dedos contra sus hombros, anchos y fuertes, como si fuera la primera vez que los reseguía. Su mirada seguía sobre mi rostro, buscando una respuesta, de forma silenciosa.

Agradecí a los Dioses Mayores que mi poder le impidiera ver dentro de mi mente, ver esa tormenta que estaba alzándose. El frío que buscaba apagar el fuego que me ardía dentro, intentando calmar eso que me estaba embridando la razón, los sentidos, el alma...

Mi frente encontró sus labios, invitándolo a besarme sobre ella. Necesitaba ese beso, sentir ese gesto tan nuestro, tan suyo, tan mío. Sus manos rodearon mi espalda, cruzándose sobre ella, apretándome, por la cintura, por los hombros contra él.

Ese abrazo fue un ruego, una imploración por mantenerme cerca, como si él supiera perfectamente que había una fuerza, un tirón siniestro, aterrador e inexplicable que me estaba empujando en dirección contraria a sus brazos. Mi boca se entreabrió, necesitaba la verdad, él merecía escuchar mi verdad. Levanté mis ojos, brillantes y húmedos.

—Damon... Yo, no sé qué...

Hundió sus labios sobre los míos, cerrándome la boca. Asiendo ambas mandíbulas con sus manos, cogiéndome el rostro entre ellas. Apenas se separó lo suficiente de mí como para poder verlo bien, tan cerca...

—Escúchame, por favor —demandó él en un susurro.

Sus ojos brillaron en el dolor, y yo me rompí. Él lo sabía, de algún modo inexplicable lo sabía todo. Y ni siquiera yo misma conocía que era ese "todo" que Damon podría haber adivinado, porque estaba hecha un ovillo de incertidumbre incapaz de desenmarañar. Él centró mis ojos contra los suyos y habló en un susurro:

—Llevo desde que naciste protegiéndote, porque eras el arma que debía acabar con Axel. Te seguí hasta la Dimensión Humana, y te seguiría hasta donde hiciera falta... Porque te amo. Eres la luz de la que se enamoraron mis sombras, Eirel Kashegarey... Te amaré eternamente.

Besé sus labios de nuevo, intentando confirmarle que yo también, también lo amaría. Me aferré a sus manos, con toda mi fuerza. Conteniendo mi poder, mi dolor, la ira contra mi propio corazón por no ser capaz de abrirse a él del mismo modo que él lo hacía conmigo. Hundí mis ojos verdes sobre sus iris de ónix y noche oscura.

—Te prometo... —Me apreté su mano contra el pecho—. Que en mi corazón tú siempre tendrás un lugar, Damon. Te prometo que mis latidos se acompasaran a los tuyos eternamente, pase lo que pase. Prometo amarte, a lo largo de los siglos, a lo largo de la vida eterna y la muerte infinita, porque te amo, y lo haré siempre, viva mil años o solo un día más...

Bajé mis labios hasta acariciar la piel templada de sus dedos, aferrados a mi pecho. Tuve la sensación de que eso sonaba a despedida...

Busqué esa mirada... Sus ojos, chispeaban brillos dorados, esta vez por un poder incontenible, por el frenesí de emociones que había en un su pecho, en esos latidos fuertes sobre el hueso de sus costillas. Nos besamos, y pasó su mentón sobre mi cabeza, ofreciéndome el resguardo de su cuello para que pudiera observar nuestro reino, nuestra ciudad, nuestra capital.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora