24. Eternidad🔥

201 20 18
                                    

De un arranque me besó asiéndome por las mandíbulas. Me llevó hasta él con toda la sed de mí que estaba conteniendo. Se me erizaron los pechos al sentir nuestros cuerpos el uno contra el otro. Devoré su boca, al igual que él se comió la mía a bocados raudos, hambrientos.

Me fundí entre sus brazos, a la luz del alba, ante el brillo de mi melena rojiza, bañada por el oro de la luz matutina. Su piel aurea en contacto con los rayos solares, el calor de su ser, el aroma a jazmines de su piel y la seda de sus cabellos, esa que fruncía con mis dedos acercando su boca a la mía. Enredamos nuestros cuerpos, entrelazando nuestras extremidades, resiguiendo la piel del otro bajo la tela.

Damon me cargó sobre sus caderas, asiéndome con fuerza y me tumbó sobre la cama, dejándome caer. Ahogué un grito, más por el susto que por el dolor. Se detuvo de golpe, observándome:

—Te he hecho daño —sentenció. Negué.

—No te he dicho que pares... —dije acercándolo a mí cogiéndolo de la camisa.

Se apretó contra mi cuerpo, sentí el peso de su ser sobre mi pecho. Entre mis piernas, la presión que ejercía. Jadeé al empujarme, insinuando lo que haría más tarde. Ese movimiento oscilante de nuestros cuerpos, meciéndose el uno al otro me hizo suspirar de placer. Él se tiró levemente atrás y se sacó la camisa, como si de un jersey se tratase. Se dispuso a arrebatarme lo que quedaba de mi ropa.

Se tomó todo su tiempo, desabrochando cada uno de los botones con cuidado, acariciando mi piel con sus manos, con sus labios. Levanté las caderas para facilitarle mi desnudez completa. Él terminó de desvestirse con dos tirones y se tiró a mi lado en la cama.

Sus labios se pasearon por mi piel, adorando cada ángulo, haciendo que se me erizasen los bellos de todo el cuerpo. Su lengua jugó con picardía en mi cuello, las puntas de mi pecho, la línea de mi abdomen, y finalmente, llevó su boca sobre mi sexo.

—¡Dios! —chillé presa de esa maravillosa sensación de humedad y calor entre mis piernas.

—Demonio —corrigió él con una risita diabólica.

Mis uñas se hundieron en su cabello de noche y bruma azabache. Yo toqué la gloria, me removí de placer mientras él me amarraba contra su boca sujetándome por las caderas con ambas manos. El rubor del éxtasis cubría mis mejillas, tiñéndolas de carmín.

—Damon... —jadeé cientos de veces.

Él se puso sobre mí, dejándome admirar su ser, buscando mi acceso... Se empujó en mi interior y ahogué gemidos y gritos. Luego hubo un balanceo tortuosamente lento, unos segundos de disfrutar de aquello. De ser uno solo otra vez, de ser parte del otro a ese nivel...

Acaricié su pecho, memorizando cada uno de los pliegues de sus músculos, cada uno de sus ángulos, cada una de sus pecas. Leyendo sus cicatrices como el ciego que recorre un libro en braille. Recorrí con mis labios su busto, nos besamos, nos abrazamos, fundiendo nuestras pieles, quemándonos el uno al otro.

Sentirle de nuevo, su cuerpo contra el mío, sentir nuestros poderes juntarse como uno solo, al son de nuestras pieles. Teníamos tanta fuerza juntos, que no podíamos contenerla y se evaporaba de nuestros cuerpos como si de una nebulosa se tratase. Solo deseaba devorarle y que me devorase, entregarme a él y tenerle solo para mí. Éramos tan nuestros, tan libres, tan fuertes, tan invencibles, que durante el tiempo que estábamos entre sábanas, el mundo se detenía.

Nuestros labios solo se distanciaban cuando nuestros ojos se paraban a admirar la belleza que cada uno encontraba en el otro. Con ese precioso cruce de miradas, con esa intimidad y esa complicidad que solo podíamos tener nosotros.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora