38. Estalactitas

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Volvimos a su laboratorio, a su hogar. El piso superior contenía un baño rudimentario y dos habitaciones, una para cada uno de ellos. Manü abrió una trampilla del techo y colocó una escalera de madera que era de poco fiar. Döty se despidió de nosotros con un cabeceo. Nos veríamos a la mañana siguiente, que bajo tierra yo no tenía ni idea de cómo lo distinguiría. No sabía ni las horas que llevábamos ahí.

—Tomad esto. —Manü nos tendió una manta vieja y algo mugrienta—. En el altillo corre más fresco, pero ya os valdrá, total es solo un rato hasta mañana. Ya os vendré a buscar. —El fauno miró a Eathan fijamente y luego volvió su mirada hacia mí—. ¿Su honor le permite dormir con este hombre al lado? Si es necesario me lo llevo abajo. —Ahogué una risita.

—Tranquilo, Eathan y yo hemos dormido juntos más veces de las que imaginas —dije tranquilamente.

—Vaya, no sabía que erais pareja. En ese caso poca manta os hará falta con el calor que se pasa al consumar...

—¡No! —voceé—. No es eso, no somos pareja. Solo amigos, no es mi...

—Ya tiene un imbécil para eso. Yo solo soy el idiota que la ayuda en todo y la apoya en sus excentricidades —afirmó Eathan con una risita forzada, como si decir eso fuera como apuñalarse su entretela.

Manü se retiró con indolencia, se metió en su habitación y nos dejó a los dos plantados ante esa escalerita de mano. Eathan subió por ella, le tendí la manta y luego lo seguí. Esa buhardilla estaba casi desierta, había una luz tenue que entraba por un par de ventanitas enanas en ese techo plano y bajo, muy bajo.

Hubiesemos podido dormir en esa celda mugrienta y no habría mucha diferencia. Escuché el crujir de la cama bajo el cuerpo de Eathan. Había un camastro viejo y rudimentario ahí arriba. Un colchón bochornoso, sin almohadas ni nada similar. Solo nuestra manta.

—Bueno, es mejor esto que nada —afirmó mi amigo.

Me dejé caer a su lado y la cama se hundió, se dobló una de sus patas hasta que Eathan rodó hacia mí, me arrolló y me cayó encima. Ahogamos nuestras risotadas al ver que nos habíamos cargado la poca cama que teníamos.

Se quedó tendido sobre mi cuerpo por unos segundos, unos segundos en los que yo sentí el peso de todos sus músculos pegados sobre mi piel. En el que yo vi tan cerca sus labios de los míos que hasta tuve que contenerme. Se levantó con avidez, y me ayudó a hacer lo mismo.

—Pues ya no tenemos cama. Pero tenemos colchón todavía —festejó.

Se encogió de hombros. Se levantó y estiró sus brazos hacia arriba. Sonó hueco, a madera. Golpeó de nuevo con sus nudillos y empujó. Un haz de luz cayó sobre su rostro al abrir una nueva trampilla.

—Esto sí que merece la pena... Ven, mira esto —dijo tirando de mí.

Levanté mis ojos hacia esa luz, el cielo de Rocola, el techo de esa ciudad. Las estalactitas que bajaban a millones desde lo alto de esa caverna. Me tomó por la cintura y me levantó por ella. Hice palanca con mis manos y me posicioné en la azotea de esa casa, bajita como las demás. Eathan tiró la manta por esa apertura y subió de un salto rápido. Se sentó en el suelo, y me ofreció el hueco de sus piernas para que me sentase entre ellas.

Nos envolvió a ambos con la manta, abrazándome por la espalda. Miramos el cielo, esa belleza de lugar. El alabastro de sus estalactitas refulgía las luces tenues de la ciudad, no había luna ni estrellas en ese lugar, y, aun así, me parecía que jamás las echarían de menos. Ni siquiera el sol, nada... Era belleza en estado puro. El aire era limpio, lejos de parecer un sitio cerrado, y había una brisa fresca que acariciaba nuestras mejillas.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora