Seguimos andando unos pasillos más, hasta que ante nosotros apareció una portalada que reconocí perfectamente, conocía lo que habitaba en su interior. Conocía la envergadura de lo que escondían ambas alas.
La sala del trono de Save. Un lugar de imponencia y ostentación jamás vistos, y un trono. Un trono que simbolizaba el poder sobre el mundo. Era consciente de ello. Yo sabía que Damon tenía el control total del Balakän desde ese asiento.
Save tenía esa fuerza salvaje, esa fuerza que Axel no había desatado contra el resto de los países porque la estaba escondiendo, al igual que hacía ahora su hijo, puede que esperando el momento justo para desatarla.
Me había fijado en todo lo que había cambiado de ese lugar, de ese castillo. En la luz que inundaba los pasillos, los cristales... Los colores de Reguina brillaban en las telas, las alfombras y los ramos de flores, frescas y eternas, que se encontraban vistiendo todos los corredores y las habitaciones.
Sabía que Damon había metido parte de su ciudad mágica en ese lugar, buscando hacerlo más vivo, más hogar que castillo.
Ambas puertas se abrieron de par en par ante nosotros, y justo antes de que pudiera ver algo, las manos de Damon se deslizaron sobre mis ojos. Su aliento me recorrió el lóbulo de la oreja en un susurro de calma.
Me acompañó con su cuerpo, pegándolo al mío, avanzando hacia los adentros de esa sala. El ambiente estaba en silencio. Escuchaba latidos fuertes, sirvientes que se encontraban cerca, respirando a medias, conteniéndose porque desfilando ante ellos, jugando, estaban los dos únicos seres capaces de destrozar ese castillo con un simple aliento.
El olor a jazmín de Damon inundaba la estancia, olía a noche de verano.
—Abre los ojos lentamente.
La voz de mi demonio acarició mi nuca. Obedecí, mientras en mi memoria reproducía con exactitud los ángulos del trono que ya conocía. Recordaba bien las rosas rojas de cristal que vestían los laterales, recordaba perfectamente el tacto de terciopelo de su tapizado.
Abrí los ojos y la luz, inesperada, me mordió. Pestañeé anonadada, no, no era ni de lejos el mismo sitio que yo recordaba.
Las ventanas hasta el techo de una de las paredes se extendían en vidrieras delante de mí. Las luces se proyectaban sobre una estructura colosal ante mis ojos, desde el metal y el cristal de colores oscuros que tenía detrás.
El trono no era el mismo. El asiento era más ancho, más magnificente, más elevado por encima del suelo de la sala. La alfombra era dorada, eran baldosas de oro pulido bajo mis pies, y seguían con ese brillo entre la oscuridad del pavimento hasta la decena de peldaños que levantaban el trono.
Sus reposabrazos, oro trenzado sobre diamante negro como la noche. El respaldo eran un centenar de cristales de esa piedra, que reflejaban las luces de detrás y los colores y los esparcían por la estancia. Un obelisco sobresalía entre ellos, presidiendo el centro.
Era como si un enorme diamante azabache hubiese sido tallado para formar ese trono. El tapizado era de terciopelo, oscuro, a juego con ese tono negro iridiscente de la roca.
—Pocas veces te quedas sin palabras, llevo dos de dos —susurró él cerca de mi oído.
Miré a Damon que sonreía orgulloso sin apartar la vista de su figura de poder. Yo seguía sin poder cerrar la boca todavía.
Negue, observando la magnificencia de la estancia. Jamás hubiese soñado con algo así. Esos brillos imposibles reflejados sobre la oscuridad de la gema, los ángulos tallados con perfección exacta para que formasen esa reverberación de la luz y el color.
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ERALGIA III, La Alianza
FantasyTERCERA PARTE Estar muerta no es agradable, lo he comprobado. El Balakän era el escondite de Axel, nuestro tablero de juego, y yo, como Reina iba a tumbar ese falso Rey. No esperaba que ese viaje que emprendía fuera a rebelarme la belleza que escon...