13. Lago

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—Ir a tu casa, a postrarte en tu cama de nuevo no es una opción para mí. —Levanté una ceja—. Déjame cuidarte, solo un poco. Conmigo vas a estar bien, te lo juro. El agua caliente y un par de brebajes que te tengo preparados te van a sentar de maravilla. En unos días vas a volver a dar guerra, te lo prometo.

—No te tomes tantas molestias. Estoy bien y tú tienes responsabilidades. No pasa nada si me cuesta un poco más recuperarme. Debes ejercer de rey, yo no te pido tu atención, estoy bien en casa y poco a poco me recuperaré. —Damon puso los ojos en blanco.

—No me entendiste. —Hice una mueca—. No voy a dejarte en tu casa tumbada en una cama, Eirel. Save es un honor para mí, pero no soy ningún rey si no puedo tener a mi reina al lado. —Sonreí con ternura y nos besamos.

—Vale, te dejo cuidarme, pero solo un par de días luego vuelve con tus súbditos. Robert y Belfegör son muy capaces de domar ese caballo solos, pero tú eres su rey, necesitan tu presencia cerca.

Me bajó de sus brazos y me ayudó a desvestirme. Con sumo cuidado fue retirándome piezas de ropa. Me sonrojé ligeramente. Hacía tantos días que alguien no me acariciaba de ese modo mi piel desnuda...

Sus manos recorrían cada una de mis curvas con suma devoción. Me apretó contra su cuerpo con fuerza, hasta devorarme con un beso. Me aferré con ambas manos a su cuello, a su espalda, clavando mis uñas sobre su ropa.

Le abrí con cuidado la camisa, centrándome en cada uno de los botones, observando como su piel aparecía tras la ropa, a cada botón de menos. Nos mirábamos a los ojos, con deseo, aunque mi cuerpo no estaba bien, aunque no podía hacer esfuerzos, solo deseaba perderme entre sus brazos por horas, abrazarle y olvidarme de todo por completo.

Le abrí la camisa y observé su torso. Tenía dos enormes cicatrices, sus heridas en la batalla. Lo miré a los ojos, eran las marcas que confirmaban que casi nos perdemos el uno al otro... Recorrí la herida del puñal de Marlene, algo rugosa, en el centro de su torso.

—Según que heridas me dejan cicatrices, por el veneno. Ahora no voy a poder ir a la playa con tales marcas. —Arrugó su nariz, irónico. Le di un beso sobre la cicatriz de su pecho.

—Desde luego, vas a estar horrible... —Hice una mueca burlona y soltó una carcajada. Temblé ligeramente por el frío y le cogí de la mano— ¿Nos damos un baño? —Me cogió en brazos de nuevo. Mis piernas no respondían.

El contacto del agua caliente con mi piel me causo un escalofrío, tras ese, otro por un beso de Damon en mi cuello. Nos sumergimos en el lago, poco a poco mi cuerpo fue cogiendo temperatura y me relajé.

Me abracé al torso desnudo de Damon y apoyé mi cabeza en su pecho. Me acunó ligeramente, acariciando mi cabeza. Estaba tan bien, escuchando el latido de su corazón, entre sus brazos...

No somos conscientes de lo afortunados que somos, pese a todo, pese a los malos momentos, a las desgracias de nuestras vidas, somos afortunados.

Una vez mi abuelo me dijo que no hay más rico que aquel que es capaz de ser feliz con lo que tiene. Le había encontrado el sentido a esa frase. Tras haber estado muerta la vida se veía de otra forma, más simple, más bonita y los momentos como ese, entre los brazos de alguien a quien quieres con todo tu ser, la vida no podía ser más bella.

Estuve por horas con Damon en el agua. Apenas hablábamos. Nos dedicábamos a acariciarnos, a besarnos, a mirarnos. Incluso me dormí con el paseo de sus manos sobre mi piel y me sentí tan bien su lado, que hasta mi cuerpo dejo de dolerme tanto. Damon tenía razón, estaba mejor con él que postrada en mi cama.

Salimos del agua y nos tumbamos en el diván, en nuestro diván. Me tapó con una manta y me acurruqué a su pecho. Frente al fuego de la chimenea me dormí de nuevo. Damon desapareció por un largo rato, en el que me dejó dormir tranquilamente. Estaba tan bien, las sábanas oscuras olían al perfume de mi demonio, jazmines de medianoche. Me giré hacia la chimenea... y entonces mi corazón se encogió ligeramente.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora